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viernes, 29 de julio de 2011

RENE GUENON Y LA MASONERÍA PARTE 1

RENÉ GUÉNON Y LA MASONERIA
PARTE 1


Uno de los temas de investigación sin duda apasionantes entre los muchos que ofrece la obra de René Guénon es, precisamente, el que nos toca desarrollar en estas páginas: la influencia de dicha obra en la Masonería, sabiendo de antemano que no podemos abordar, por razones obvias, todo lo que Guénon dijo al respecto, que fue mucho y muy importante. Esto nos obliga a ser necesariamente sintéticos en nuestra exposición, y a señalar tan sólo una serie de puntos que nos parece pudieran ofrecer una visión global de lo que el mensaje guenoniano representa para la Masonería, una de las pocas vías iniciáticas que todavía sobrevive en Occidente.

Y cuando hablamos de esa influencia lo hacemos sabiendo que la obra legada por Guénon, en su conjunto, constituye no la exposición de una forma tradicional cualquiera, sino que se trata de la adaptación a nuestra época de la doctrina metafísica y la cosmogonía perenne, cuya depositaria no es otra que la Tradición primordial, también llamada Tradición unánime y universal, pues su origen es no-humano, o mejor aún supra-humano, por ser la expresión misma de la Verdad y la Sabiduría eternas. Para Guénon, todas las formas tradicionales (incluidas las que tienen dentro de sí un componente religioso o exotérico) derivan de esa Tradición primigenia, y de ella extraen su legitimidad en tanto que tales formas. Esto incluye, naturalmente, a la tradición masónica, según confirman las distintas leyendas en donde se relatan sus orígenes míticos, así como sus códigos simbólicos y sus ritos iniciáticos, los cuales constituyen sus señas de identidad y su razón misma de ser. Quizás fue la existencia de esos códigos la razón principal del interés mostrado siempre por Guénon hacia la Masonería, interés que, además, estaba plenamente justificado por el hecho de que ésta, lejos de encontrarse en pleno vigor, se hallaba sumergida en una profunda decadencia que la conducía de manera inexorable al borde de su desaparición como tal organización iniciática, y por tanto de ser completamente absorbida por el mundo profano. 
  
En efecto, a principios de siglo, cuando Guénon comienza a escribir sus primeros artículos en la revista "La Gnose" (precisamente en la época en que recibe la iniciación islámica, la taoísta y la masónica), la Masonería estaba sufriendo la misma suerte que antaño corrieron otras organizaciones iniciáticas y tradicionales de Occidente, como fue el caso de la Orden del Temple y la Orden Rosa-Cruz, a las que más adelante nos referiremos. La incomprensión de que eran objeto los símbolos y los ritos por la mayoría de sus miembros era la causa principal de esa decadencia, que para Guénon ya comienza cuando a principios del siglo XVIII la Masonería pierde gran parte de su antiguo carácter operativo (heredado de los constructores y cofradías artesanales de la Edad Media) al hacerse predominante en ella lo "especulativo", que lejos de constituir, como señala el propio Guénon, "un progreso, implica, no una desviación propiamente dicha, sino una degeneración en el sentido de un aminoramiento, que consiste en la negligencia y el olvido de todo lo que es realización, porque es esto lo verdaderamente 'operativo'". 
Ese olvido sería entonces el verdadero origen de lo "especulativo" dentro de la Masonería (o de la preponderancia de éste en detrimento de lo operativo, pues ambos no tienen por qué excluirse, como no se excluyeron en la antigua Masonería, en donde lo especulativo se correspondía con la iniciación virtual y lo operativo con la realización efectiva), lo cual no quiere decir que ésta haya tomado definitivamente una forma "especulativa", pues esto significaría afirmar que sus símbolos son sólo "teoría", y no contuvieran, como de hecho contienen, los elementos necesarios para la realización espiritual. Como antes hemos dicho, lo "especulativo" es sólo un punto de vista, por otro lado insuficiente, por su carácter mental y reflejo, para efectuar el paso de la "potencia al acto", de lo virtual a lo efectivo, o como se dice en lenguaje masónico, para ir de las "tinieblas a la luz". Esto ha de quedar bien claro si se quiere comprender lo que para Guénon significaba realmente la Masonería, pues más allá del estado de degeneración en que, por las circunstancias que fuesen, se encuentra una organización iniciática, esto "no cambia nada de su naturaleza esencial, y asimismo la continuidad de la transmisión es suficiente para que, si circunstancias más favorables se presentaran, una restauración sea siempre posible, debiendo ser necesariamente concebida esta restauración como un retorno al estado 'operativo' ". Por ello él insistió, casi cada vez que abordaba el tema masónico, en señalar las diferencias existentes entre lo "operativo" y lo "especulativo", pues es ésta una cuestión de capital importancia que debe ser entendida claramente si se desea comprender la verdadera naturaleza de la iniciación masónica, o mejor aún, de la iniciación considerada en ella misma, al margen de la forma tradicional a través de la cual se exprese. Para Guénon lo "operativo" no es sinónimo de trabajo manual, ni tampoco de "práctica", sino más bien de trabajo interior, en el sentido alquímico del término, es decir de lo que el ser pueda hacer consigo mismo en vistas al cumplimiento de su propia realización espiritual, que es lo que realmente importa, no siendo el trabajo manual sino un soporte como otro cualquiera para efectuar dicha realización. No es entonces por casualidad que tanto la Masonería, como la tradición Hermética, también se denomine el "Arte Real", idéntico a la "Gran Obra" de la transmutación alquímica. Las "herramientas" de ese trabajo interior no son otras que los ritos y los códigos simbólicos, su práctica, estudio y meditación, pues ellos vehiculan las ideas de orden cosmogónico y metafísico cuyo conocimiento efectivo determinará el grado del desarrollo del ser y la vinculación con su Principio uno y eterno.  
Sin embargo, si los símbolos y los ritos, o la energía espiritual que vehiculan y de la que son el soporte, no son "vivificados" por el Espíritu, esto es, si no actualizan y promueven la búsqueda del Conocimiento, que es en definitiva de lo que se trata, la iniciación masónica será tan sólo "virtual", y entonces sí que podrá llamarse "especulativa", pero no en ella misma, sino con respecto a quien así la considere. Es bastante probable que para la mayoría de masones de hoy en día su Orden no sea sino eso: "especulativa", o teórica, sin relación alguna, o en cualquier caso reducida al mínimo, con cualquier tipo de realización interior, que incluye el desarrollo de las posibilidades de orden universal y trascendente inherentes a la naturaleza humana. Pero la obra guenoniana va dirigida sobre todo a aquellos masones que realmente se entregan a la búsqueda del Conocimiento, esperando encontrar en los símbolos y ritos masónicos las enseñanzas y los métodos necesarios para hacer efectiva su iniciación. Es decir, a los que se sienten a sí mismos herederos de su legado tradicional, y se muestran receptivos a su mensaje, considerando que está vivo y que es actuante (y no una reliquia del pasado trasnochada y anacrónica), y además sabiendo con certeza, y esto es esencial, que dicho legado forma parte de la "cadena áurea" o Philosophia Perennis directamente emanada de la Tradición primordial.
  
Por consiguiente, es partiendo de una toma de conciencia de la verdadera universalidad de los símbolos y los ritos masónicos, que se puede acometer cualquier labor encaminada a recuperar, en la medida de lo posible, los elementos doctrinales que se han perdido, o han sido alterados, con el paso de lo operativo a lo especulativo. Y es en este punto preciso donde la obra de Guénon adquiere su verdadera función con respecto a la Orden masónica, ofreciéndole a esos masones vinculados con el Espíritu de su tradición las "líneas maestras" a partir de las cuales realizar esa labor restauradora. Si la obra que nos ha legado ha sido considerada como "providencial" para la Orden masónica es por una razón fundamental: porque restituye el sentido original de sus símbolos y sus ritos, que constituyen la doctrina y el método masónico respectivamente, integrándolos dentro de la Cosmogonía Perenne, afín a todas las formas tradicionales. De ahí también que cualquier tentativa que se haga para recuperar la "operatividad" del simbolismo masónico haya de pasar necesariamente por un conocimiento previo de aquella obra, en la que se encontrará todo lo imprescindible para que dicha tentativa dé sus frutos y se haga realidad, lo cual incluye, naturalmente, el conocimiento de otras tradiciones distintas a la Masonería, pero idénticas a ella en lo esencial. Esto es perfectamente normal e incluso necesario, pues admitiendo la universalidad y sacralidad de los códigos simbólicos de todas las tradiciones, aún vivas o ya desaparecidas, el conocimiento de dichos códigos es desde luego de una ayuda inestimable para comprender el propio simbolismo  masónico. La misma obra de Guénon es un ejemplo, e incluso un modelo, de lo que decimos, pues en ella constantemente se hace referencia a las relaciones, reciprocidad y correspondencia entre las diversas doctrinas tradicionales, en su identidad a través de sus símbolos, ritos y mitos, haciéndonos ver que todas esas doctrinas derivan, gracias precisamente a esa identidad, de una sola y única Doctrina o Tradición. Esa obra no es la de una individualidad (en todo caso ésta fue tan solo el soporte), sino la de una función tradicional, que Guénon "encarnó" por razones que nunca sabremos (ni tampoco importan demasiado), pues como se dice en las Escrituras "el Espíritu sopla donde quiere", cómo y a quién quiere. Y también que "los caminos del Señor son inescrutables". En lo que concierne a la doctrina puramente metafísica y a los símbolos fundamentales de la cosmogonía, Guénon fue un fiel intérprete de la Tradición, el más importante de nuestro siglo, y sus limitaciones en este caso eran las que le imponían el propio lenguaje humano, que como tantas veces él mismo dijo, se muestra incapaz, por su forma analítica y discursiva, de expresar en toda su amplitud las verdades universales, que son de orden supra-humano, y que por tanto sólo pueden ser aprehendidas mediante la "intuición intelectual", a cuyo despertar contribuye principalmente el símbolo y lo que él revela. Guénon no se cansó de repetir que el mensaje tradicional no es sistemático, es decir que no se presta a ningún tipo de clasificación racional y mental, pues el objeto mismo de ese mensaje es el mundo de las ideas y de los arquetipos, es decir de las posibilidades de concepción verdaderamente ilimitadas, que naturalmente están por encima de cualquier sistema o forma, que siempre tiende a la limitación más o menos estrecha. 
Por tal motivo, Guénon consideraba muy importante la creación de logias centradas en la investigación de los símbolos y los rituales, para lo cual es imprescindible que los integrantes de esas logias posean conocimientos doctrinales lo suficientemente amplios y profundos para que dicha labor de los frutos apetecidos, y permita que lo que estaba "disperso" sea de nuevo "re-unido", lo que sería conforme a uno de los principios básicos de la Masonería, que consiste en "difundir la luz y reunir lo disperso". Podemos decir que la obra de Guénon, en la medida en que ella es la expresión de los principios e ideas universales, puede verse como esa "luz" clarificadora que la Masonería necesita como guía para remontar la curva descendente en que se encuentra en la actualidad. Y aquí queremos recordar aquella expresión hermética que afirma que "cuando todo parece perdido es cuando todo será salvado". Y aunque esta expresión se refiera a un determinado momento del proceso mismo de la iniciación, también se puede extrapolar al conjunto entero de una tradición, en este caso de una organización que precisamente es iniciática, que aunque en lo esencial ella siga siendo tan virginal como en sus orígenes (lo que hace posible que, a pesar de todo, continúe transmitiendo la influencia espiritual a quien esté capacitado para recibirla), sin embargo, en tanto que la institución, está inevitablemente sumida al devenir del tiempo y su decadencia o progreso cíclico. En cierto modo, lo propio del hombre, peregrino en un país extranjero, es "errar" por la "rueda del mundo", mientras que la Tradición (lo que ella revela) se mantiene inalterable en el centro de esa misma rueda, a la que da vida y sentido.  

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