Algunos lo explican en términos de las inundaciones anuales de la
llanura Tigris-Eufrates. Conjeturan que una de tales inundaciones pudo ser
especialmente severa. Campos y ciudades, hombres y animales fueron barridos por
la crecida de las aguas, y los pueblos primitivos, viendo el acontecimiento
como un castigo de los dioses, propagaron la leyenda del Diluvio. Sir
Leonard Woolley (Londres, 1880 – 1960) fue un arqueólogo británico, conocido
por sus excavaciones en la antigua ciudad sumeria de Ur (en el actual Irak) y
por haber encontrado evidencia geológica del diluvio de Gilgamesh. Se le
considera el primer arqueólogo moderno, y fue nombrado caballero en 1935 por
sus contribuciones a la disciplina. Graduado de la Universidad de Oxford, tras
trabajar tres años en el Museo Ashmolean de la misma ciudad, viajó al actual
Sudán para participar en 1907 y 1911 en la expedición arqueológica británica en
el yacimiento egipcio de Wadi Halfa. En 1912 dirigió junto a T.E. Lawrence
(conocido como Lawrence de Arabia) las excavaciones de la ciudad hitita de
Karkemish, en la Siria septentrional, donde permaneció dos años y cuyos
hallazgos publicó entre 1921 y 1953. Posteriormente pasó a Egipto para dirigir
la excavación de Tell el-Amarna, la ciudad sagrada del faraón Akhenatón.
Entre 1922 y 1934 dirigió las excavaciones en la antigua ciudad sumeria
de Ur, patrocinados por el Museo Británico y la Universidad de Pennsylvania
cuyos descubrimientos, entre los que destaca el cementerio real datado hacia el
2700 a. C. constituyen uno de los hitos más relevantes de la arqueología del
siglo XX. Por otro lado la minuciosidad con que se llevó a cabo el
alumbramiento de los restos y su posterior estudio permitió a los historiadores
reconstruir la sociedad cortesana sumeria desde sus inicios protohistóricos en
el IV milenio a.C. hasta su época final de habitación, en el Siglo IV a. C. El
riquísimo ajuar funerario encontrado en los enterramientos reales, entre cuyas
piezas destaca el estandarte real de Ur, reveló la existencia de un arte
suntuario de gran exquisitez y elaboración técnica, así como la práctica del
enterramiento sacrificial del rey con su cohorte de servidores. El
descubrimiento de la evidencia geológica de una gran inundación que habría
arrasado la cuenca mesopotámica en época protohistórica revolucionó las
interpretaciones sobre el mito del diluvio de las tradiciones literarias
sumeria y semita. En 1936, tras sus descubrimientos en Ur, Woolley estaba
interesando en encontrar vínculos entre la antigua civilización egea y la
mesopotámica, lo que lo llevo al antiguo puerto sirio de Al Mina y al
vecino Tell Atchana donde excavó entre 1937 y 1939 y nuevamente entre 1946 y
1949.
En uno de sus libros, Excavations at Ur, Sir Leonard Woolley
relata que, en 1929, cuando los trabajos en el Cementerio Real de Ur estaban
tocando a su fin, los trabajadores hicieron un pequeño pozo en un montículo
cercano, cavando a través de una masa de cerámica rota y de cascotes de
ladrillo. Casi un metro más abajo, llegaron a un nivel de barro endurecido,
algo que, habitualmente, marca el punto donde una civilización ha comenzado.
Pero, ¿es que milenios de vida urbana sólo habían dejado un metro de estratos
arqueológicos? Sir Leonard les pidió a los trabajadores que cavaran todavía
más. Entonces profundizaron otro metro y, luego, metro y medio más. Seguían
sacando «suelo virgen» -barro sin rastros de habitación humana. Pero,
después de cavar a través de casi tres metros y medio de cieno y barro seco,
los trabajadores llegaron a un estrato en el que empezaron ya a encontrarse
trozos de cerámica verde e instrumentos de sílex. ¡Una civilización más antigua
había sido enterrada bajo tres metros y medio de bario! Sir Leonard se metió en
el hoyo de un salto y examinó la excavación. Llamó a sus ayudantes, en busca de
opiniones. Nadie tenía una teoría plausible. Después, la esposa de Sir Leonard
dijo casi por casualidad: «¡Pero, si está claro, es el Diluvio!».
Sin embargo, otras delegaciones arqueológicas en Mesopotamia dudaron de
esta maravillosa intuición. El estrato de barro donde no había rastros de
habitación indicaba, efectivamente, una inundación. Pero, mientras los
depósitos de Ur y al-’Ubaid sugerían la inundación entre el 3500 y el 4000 a.C,
un depósito similar descubierto posteriormente en Kis se estimó que se había formado
en los alrededores del 2800 a.C. La misma fecha (2800 a.C.) se estimó para unos
estratos de barro encontrados en Erek y en Shuruppak, la ciudad del Noé
sumerio. En Nínive, los excavadores encontraron, a una profundidad de 18
metros, nada menos que trece estratos alternos de barro y arena ribereña,
datados entre el 4000 y el 3000 a.C. Por tanto, la mayoría de los estudiosos
creen que lo que Woolley encontró fueron los rastros de varias inundaciones
locales, algo frecuente en Mesopotamia, donde las ocasionales lluvias
torrenciales y las crecidas de los dos grandes ríos y sus frecuentes cambios de
curso causan tales estragos. En cuanto a los diferentes estratos de barro, los
expertos han llegado a la conclusión de que no pertenecen a una gran calamidad,
como debió ser el monumental acontecimiento prehistórico que conocemos como el
Diluvio.
El Antiguo Testamento es una obra maestra de brevedad y precisión. Las
palabras siempre están muy bien elegidas para expresar los significados
precisos; los versículos, relevantes; su orden, intencionado; su longitud, la
necesaria. La totalidad de la historia de la Creación hasta la expulsión de
Adán y Eva del Jardín del Edén se cuenta en 80 versículos. La relación completa
de Adán y su linaje, aun con el relato diferenciado de Caín y su linaje, y Set,
Enós y su linaje, se trata en 58 versículos. Pero el relato de la Gran
Inundación mereció nada menos que 87 versículos. Era, bajo cualquier criterio
editorial, la «historia principal». No era un mero acontecimiento local, fue una
catástrofe que afectó a toda la Tierra, a toda la Humanidad. Los textos
mesopotámicos afirman con claridad que «los cuatro rincones de la Tierra» se
vieron afectados. Como tal, fue un punto crucial en la prehistoria de
Mesopotamia. Estaban los acontecimientos, las ciudades y la gente de antes del
Diluvio, y los acontecimientos, las ciudades y la gente de después del
Diluvio. Estaban todos los hechos de los dioses y el Reino que habían hecho
descender del Cielo antes de la Gran Inundación, y el curso de los
acontecimientos humanos y divinos cuando el Reino fue bajado de nuevo a la
Tierra después de la Gran Inundación. Era la gran divisoria del tiempo.
No sólo las largas listas de reyes, sino también los textos relativos a
reyes individuales y a su ascendencia hacían mención al Diluvio. En uno, por
ejemplo, perteneciente a Ur-Ninurta, se recordaba el Diluvio como un
acontecimiento remoto en el tiempo: “En aquel día, en aquel remoto día, en
aquella noche, en aquella remota noche, en aquel año, en aquel remoto año
cuando el Diluvio tuvo lugar”. El rey asirio Assurbanipal, un mecenas de
las ciencias que amasó una inmensa biblioteca de tablillas de arcilla en
Nínive, declaró en una de sus inscripciones conmemorativas que él había
encontrado y había sido capaz de leer «inscripciones en piedra de antes del
Diluvio». En un texto acadio, en el que se habla de los nombres y su
origen, se explica que hay una lista de nombres «de reyes de después del
Diluvio». Un rey era ensalzado por ser «de simiente preservada desde antes
del Diluvio». Y diversos textos científicos citan como fuente «los
sabios de antaño, de antes del Diluvio». No, el Diluvio no fue un
acontecimiento local o una inundación periódica. Fue, según todos los relatos,
un acontecimiento de una magnitud sin precedentes que sacudió la Tierra, una
catástrofe que ni el Hombre ni los dioses habían experimentado hasta entonces,
ni han experimentado después.
Zecharia Sitchin fue un investigador y escritor de origen ruso. Es un
autor de libros populares que promueven la teoría del astronauta antiguo y el
supuesto origen extraterrestre de la humanidad. Atribuye la creación de la
cultura sumeria a los Annunaki (o Nefilim), provenientes de un hipotético
planeta llamado Nibiru, en el sistema solar. En su serie CRÓNICAS DE LA
TIERRA se basa en premisas tales como: que la mitología no es una
extravagancia, sino la depositaria de recuerdos ancestrales; que la Biblia debe
leerse literalmente como un documento histórico-científico; y que las antiguas
civilizaciones (mucho más antiguas y esplendorosas de lo que suele creerse)
fueron el producto del conocimiento que trajeron a la Tierra los Anunnaki, es
decir, «los que descendieron del Cielo a la Tierra». Este artículo está
basado en algunas de sus obras. El término Anunnaki es el nombre de un grupo de
deidades sumerias y akadias relacionados con los Anunna (los “cincuenta
grandes dioses”) y los Igigi (dioses menores). Igualmente en algunos
grupos de ufólogos, este es el nombre que reciben supuestos extraterrestres, de
los cuales ellos postulan que se habrían basado los mitos, debido a que habría
existido una hipotética Intervención extraterrestre en la antigüedad. El nombre
se escribe variablemente “Da-nuna”, “Da-nuna-ke4-ne”, o
“Da-nun-na”, significando más o menos “los de la sangre real”,
mientras otros grupos postulan que significa (Anu=los que, na=venían
del, Ki=cielo), descrito como la quinta generación de dioses en la
epopeya babilónica de la creación celestial, el Enuma Elish.
Según un mito babilónico más reciente, los Anunnaki eran los hijos de
Anu y Ki, los dioses hermano y hermana, ellos mismos, los vástagos de Anshar y
Kishar (pivote del cielo y pivote terrestre, los postes celestiales). Anshar y
Kishar eran los hijos de Lahm y de Lahmu (“los fangosos”), nombres dados a los
guardias del templo en Eridu, el sitio de Apsu en el cual la Creación según
ellos ocurrió. La cabeza del consejo de Anunnaki era el gran Anu, (más que ser
un dios del cielo, Anu realmente significa “cielo”), de Uruk y los otros
miembros eran sus descendientes. Su lugar fue tomado por Enlil, (En=señor,
lil=viento, aire), quien, en la antigüedad era considerado como el separador
del cielo y de la tierra. Esto dio lugar a un conflicto entre Enlil de Nippur y
su hermanastro Enki de Eridu, sobre la legitimidad de Enlil como gobernante
Celestial y terrestre. Enki, (En=señor, Ki=Tierra), además de ser el dios del
agua dulce, era también dios de la sabiduría y de la magia, y era mirado por
algunos como alquimista. Cuando el Igigi decidió hacer huelga y rehusó continuar
trabajando para mantener la armonía del Universo, en el Shappatu (hebreo:
Shabbat), Enki creó a la humanidad para que ésta asumiera la responsabilidad de
realizar las tareas que los dioses habían abandonado. Los Anunnaki, por su
parte, eran los compañeros altísimos (Alto concilio) del consejo de los dioses
y de Anu. Fueron distribuidos sobre la tierra y el mundo subterráneo o bajo
mundo. Los más conocidos entre ellos eran: Asaru, Asarualim, Asarualimnunna,
Asaruludu, En-Ki (Ea para los Akadios), Namru, Namtillaku y Tutu. La
reinvención del término los Annunakis surgió en 1964 con el libro del
asiriólogo Adolph Leo Oppenheim “Mesopotamia antigua: Retrato de una
civilización muerta” , quien popularizó este concepto.
Pero los textos bíblicos y mesopotámicos dejan unos cuantos misterios
por resolver. ¿Qué terrible experiencia sufrió la Humanidad, que hizo que a Noé
se le llamará «Respiro», con la esperanza de que su nacimiento señalara el fin
de las penurias? ¿Cuál era el «secreto» que los dioses juraron guardar, y del
que se acusó a Enki de haberlo desvelado? ¿Por qué el lanzamiento de un
vehículo espacial desde Sippar fue la señal para que Utnapistim entrara y
sellara el arca? ¿Dónde estuvieron los dioses mientras las aguas cubrían hasta
la más alta de las montañas? ¿Y por qué valoraron tanto el sacrificio de carne
asada que hizo Noé/Utnapistim? A medida que vayamos descubriendo las respuestas
a éstas y otras preguntas, veremos que el Diluvio no fue un castigo
premeditado, producido por los dioses por voluntad propia. Descubriremos que,
aunque el Diluvio fue un acontecimiento previsible, también fue inevitable, una
calamidad natural en la cual los dioses no representaron un papel activo, sino
pasivo. También mostraremos que el secreto que los dioses juraron no revelar
era una conspiración contra la Humanidad, consistente en reservarse la
información que tenían respecto a la próxima avalancha de agua, de modo que,
mientras los nefilim se salvaban, la Humanidad pereciera.
Gran parte de los conocimientos que tenemos ahora sobre el Diluvio y los
acontecimientos que lo precedieron provienen del texto «Cuando los dioses».
En él, el héroe del Diluvio se llama Atra-Hasis. En el fragmento sobre el
Diluvio que hay en «La Epopeya de Gilgamesh», Enki llama a Utnapistim «extremadamente
sabio», que es lo que, en acadio, significa atra-hasis. Los expertos
tenían la teoría de que los textos en los que Atra-Hasis es el héroe podían
formar parte de una historia anterior del Diluvio, concretamente sumeria. Con
el tiempo, se descubrieron las suficientes tablillas babilonias, asirías,
cananeas e, incluso, sumerias originales como para permitir un importante
reensamblaje de la epopeya de Atra-Hasis, un trabajo maestro cuyos principales
artífices fueron W. G. Lambert y A. R. Millard (Atra-Hasis: The Babylonian
Story of the Flood). Tras describir el duro trabajo de los anunnaki, su
motín y la subsiguiente creación del Trabajador Primitivo, la epopeya relata
cómo comenzó el Hombre a procrear y a multiplicarse (cosa que también sabemos
por la versión bíblica). Con el tiempo, la Humanidad empezó a disgustar a
Enlil: “La tierra se extendía, la gente se multiplicaba; en la tierra, como
toros salvajes yacían. El dios se molestó con sus uniones; el dios Enlil oía
sus declaraciones, y dijo a los grandes dioses:«Las declaraciones de la
Humanidad se han hecho agobiantes; sus uniones no me dejan dormir»”.
Entonces, Enlil -una vez más, en el papel de perseguidor de la
Humanidad- ordenó un castigo. Ahora, uno esperaría leer algo sobre la llegada
del Diluvio, pero no. Sorprendentemente, Enlil no llegaba siquiera a mencionar
un Diluvio ni ninguna ordalía acuática similar. En vez de esto, pidió que se
diezmara a la Humanidad con la peste y otras enfermedades. Las versiones acadia
y asiria de la epopeya hablan de los «dolores, mareos, resfriados, fiebre»,
así como de las «enfermedades, plagas y peste» que afligieron a la
Humanidad y a su ganado después de la petición de Enlil de un castigo. Pero los
planes de Enlil no funcionaron. Resultó que «el que era extremadamente sabio»
-Atra-Hasis-era alguien especialmente cercano al dios Enki. Contando su propia
historia en algunas de las versiones, dice: «Yo soy Atra-Hasis; vivía en el
templo de Ea, mi señor». Con «su mente atenta a su Señor Enki»,
Atra-Hasis apeló a él para que desmontara el plan de su hermano Enlil: «Ea,
Oh Señor, la Humanidad gime; la furia de los dioses consume la tierra. ¡Y, sin
embargo, tú eres el que nos ha creado! ¡Que cesen los dolores, los mareos, los
resfriados, la fiebre!». Hasta que no se encontraron más tablillas rotas,
no supimos cuál había sido el consejo de Enki. Éste dijo algo de «…que
aparezca en la tierra». Fuera lo que fuera, funcionó. Poco después, Enlil
se quejó amargamente a los dioses de que «la población no ha disminuido; ¡son
más numerosos que antes!».
Entonces, se puso a esbozar el exterminio de la Humanidad a través del
hambre. «¡Que se le corten los suministros a la gente; que sus vientres
carezcan de frutas y vegetales!» La hambruna tenía que acaecer a través de las
fuerzas de la naturaleza, por escasez de lluvia y falta de irrigación: “Que
las lluvias del dios de la lluvia se retengan arriba; abajo, que las aguas no
salgan de sus fuentes. Que el viento sople y reseque el suelo; que las nubes se
espesen, pero que retengan su aguacero”. Incluso las fuentes de
alimentación marinas tenían que desaparecer. A Enki se le ordenó que «pasara
el cerrojo y atrancara el mar», y que «guardara» sus alimentos lejos de la
gente: “La sequía no tardó en difundir la devastación. Desde arriba, el
calor no era…Abajo, las aguas no surgían de sus fuentes. La matriz de la Tierra
no daba frutos; la vegetación no crecía… Los negros campos se hicieron blancos;
la amplia llanura se asfixió con sal”. La hambruna resultante causó
estragos entre la gente, y la situación fue empeorando con el paso del tiempo.
Los textos mesopotámi-cos hablan de una devastación creciente a lo largo de
seis sha-at-tam’s -un término que algunos traducen como «años», pero que
literalmente significa «pasos»-, y, como la versión asiria aclara, «un
año de Anu»: “Durante un sha-at-tam ellos comieron la hierba de la
tierra. Durante el segundo sha-at-tam sufrieron la venganza. El tercer
sha-at-tam llegó; sus rasgos se vieron alterados por el hambre, sus rostros
estaban incrustados… estaban viviendo al borde de la muerte. Cuando el cuarto
sha-at-tam llegó, sus rostros parecían verdes; caminaban encorvados por las
calles; su ancho [¿hombros?] se hizo estrecho”.
Para el quinto «paso», la vida humana comenzó a deteriorarse. Las madres
cerraban las puertas a sus propias hijas hambrientas. Las hijas espiaban a sus
madres para ver si ocultaban comida. Para el sexto «paso», había un canibalismo
desenfrenado: “Cuando el sexto sha-at-tam llegó se preparaban a la hija para
la comida; al hijo se preparaban como alimento. Una casa devoraba a la otra”.
Los textos hablan de la insistente intercesión de Atra-Hasis ante su dios Enki.
«En la casa de su dios… puso el pie;… todos los días lloraba, trayendo
oblaciones por la mañana… invocaba el nombre de su dios», buscando la ayuda
de Enki para detener la hambruna. Sin embargo, Enki debía sentirse ligado a la
decisión de las otras deidades, pues, en un primer momento, no respondió. Es
bastante posible que, incluso, se ocultara de su fiel adorador, que dejara el
templo y saliera a navegar por sus amados pantanos. «Cuando el pueblo estaba
viviendo al filo de la muerte», Atra-Hasis «puso su lecho de cara al río».
Pero no hubo respuesta. La visión de una Humanidad hambrienta y desintegrada,
de padres que se comían a sus propios hijos, trajo finalmente lo inevitable:
otro enfrentamiento entre Enki y Enlil. En el séptimo «paso», cuando los
hombres y las mujeres que quedaban eran «como fantasmas de los muertos»,
recibieron un mensaje de Enki. «Haced un gran ruido en la tierra», dijo.
Enviad heraldos que ordenen a toda la gente: «No veneréis a vuestros dioses,
no recéis a vuestras diosas». ¡Que haya desobediencia total!
Bajo la tapadera de este alboroto, Enki planeaba una acción más
concreta. Los textos, bastante fragmentados en este punto, desvelan que Enki
convocó una asamblea secreta de «ancianos» en su templo. «Ellos
entraron… tomaron consejo en la Casa de Enki». En primer lugar, Enki se
exoneró contándoles lo mucho que se había opuesto a los actos de los demás
dioses. Después, esbozó un plan de acción que, de algún modo, tenía que ver con
su mando sobre los mares y el Mundo Inferior. Podemos recoger los detalles
clandestinos del plan a partir de unos versículos fragmentarios: «Por la noche…
después de que él…» alguien tenía que estar «a la orilla del río» a determinada
hora, quizás para esperar el regreso de Enki desde el Mundo Inferior. De allí,
Enki «trajo a los guerreros del agua» -quizás también algunos de los terrestres
que eran Trabajadores Primitivos en las minas. En el momento acordado, se
cursaron las órdenes: «¡Vamos!… la orden…». A pesar de todas las líneas
que se han perdido, podemos suponer lo que sucedió a partir de la reacción de
Enlil. «Estaba lleno de ira». Convocó la Asamblea de Dioses y
envió a su alguacil para que trajera a Enki. Después, se levantó y acusó a su
hermano de romper los planes de vigilancia y contención: “Todos nosotros,
Grandes Anunnaki, llegamos juntos a una decisión… Ordené que, en el Pájaro del
Cielo, Adad vigilaría las regiones superiores; que Sin y Nergal vigilarían las
regiones medias de la Tierra; que el cerrojo, la barrera del mar, tú [Enki]
vigilarías con tus cohetes. ¡Pero tú has dejado pasar provisiones para la
gente!”. Enlil acusó a su hermano de romper el «cerrojo del mar».
Pero Enki negó que aquello hubiera ocurrido con su consentimiento: “El
cerrojo, la barrera del mar, guardé con mis cohetes. [Pero] cuando… escapó de
mí… una miríada de pescado… desapareció; ellos rompieron el cerrojo… ellos
mataron a los guardianes del mar”.
Enki afirmó que había capturado a los culpables y que los había
castigado, pero Enlil no se dio por satisfecho. Pidió que Enki «dejara de
alimentar a su gente», que ya no suministrara «raciones de cereales con
las que la gente rebosa de salud». La reacción de Enki fue asombrosa: “El
dios se hartó de la sesión; en la Asamblea de los Dioses, la risa le venció”.
Podemos imaginarnos el pandemónium que se organizó. Enlil estaba furioso. Hubo
acalorados intercambios con Enki y gritos. «¡No deja de calumniar!»
Cuando la Asamblea recuperó por fin el orden, Enlil recuperó la palabra de
nuevo. Les recordó a sus colegas y subordinados que había sido una decisión
unánime. Hizo un repaso de los acontecimientos que habían llevado a la creación
del Trabajador Primitivo, y recordó las muchas veces que Enki había «roto la
norma». Pero, dijo, aún había una posibilidad para condenar a la Humanidad.
Una «inundación exterminadora» estaba al caer. La catástrofe que se avecinaba
debía mantenerse en secreto, a resguardo del pueblo. Pidió a los miembros de la
Asamblea que se comprometieran a guardar el secreto y, lo que es más
importante, que «el príncipe Enki se comprometa con un juramento»: “Enlil
abrió la boca para hablar y se dirigió a la Asamblea de todos los dioses: «¡Vamos,
todos, y prestemos juramento sobre la Inundación Exterminadora!». Anu juró
primero; Enlil juró; sus hijos juraron con él”. Al principio, Enki se negó
a prestar juramento. «¿Por qué me quieres comprometer con un juramento?»,
preguntó. «¿Acaso voy a levantar mis manos contra mis propios humanos?»
Pero, al final, fue obligado a pronunciar el juramento. Uno de los textos dice,
específicamente, «Anu, Enlil, Enki y Ninhursag, los dioses del Cielo y la
Tierra, han prestado juramento». La suerte estaba echada.
¿Cuál fue el juramento al que se comprometió Enki? Tal como decidió
interpretarlo, Enki juró que no revelaría al pueblo el secreto del Diluvio que
se avecinaba; pero, ¿acaso no podía contárselo a una pared? Hizo que Atra-Hasis
fuera al templo, e hizo que se pusiera detrás de un biombo. Después, Enki
fingió que hablaba con el biombo, no con su devoto terrestre. «Biombo de
junco», dijo: «Presta atención a mis instrucciones. En todos los lugares
habitados, sobre las ciudades, una tormenta asolará. Ésa será la destrucción de
la simiente de la Humanidad… Éste es el último fallo, la palabra de la Asamblea
de los dioses, la palabra dicha por Anu, Enlil y Ninhursag». (Este
subterfugio explica el argumento que expondría Enki más tarde, cuando se
descubrió que Noé/Utnapistim había sobrevivido, al decir que él no había roto
su juramento -al decir que aquel terrestre «extremadamente sabio», (atra-hasis),
había descubierto el secreto del Diluvio por sí mismo, a través de la
correcta interpretación de los signos.) Existen sellos en los que se ve a un
asistente sosteniendo el biombo mientras Ea -como Dios Serpiente- revela el
secreto a Atra-Hasis. El consejo que le dio Enki a su fiel sirviente fue que
construyera una nave, pero éste le dijo: «Yo nunca he construido un barco…
hazme un plano en el suelo para que pueda verlo», y entonces Enki le dio
las instrucciones precisas sobre las medidas que debía tener y sobre su
construcción. Acostumbrados a las historias bíblicas, nos imaginamos el «arca»
como un barco muy grande, con cubiertas y superestructuras. Pero el término
bíblico teba proviene de la raíz «hundido», por lo que hay que
llegar a la conclusión de que Enki le dio instrucciones a su Noe para que
construyera un barco sumergible, un submarino.
El texto acadio dice que Enki hablaba de un barco «techado por encima
y por debajo», herméticamente sellado con «brea dura». No tenían que haber
cubiertas ni aberturas, «de modo que el sol no viera el interior». Tenía
que ser un barco «como un barco del Apsu», un Sulili; y éste es
el término que se utiliza en la actualidad, en hebreo, Soleleth, para
identificar un submarino. «Que el barco», dijo Enki, «sea un
MA.GUR.GUR» -«un barco que pueda darse la vuelta y caer». Lo cierto
es que sólo un barco así podía haber sobrevivido a una avalancha de aguas tan
arrolladora. La versión de Atra-Hasis, al igual que las demás, reitera que,
aunque la calamidad estaba a siete días vista, la gente no era consciente de lo
que se avecinaba. Atra-Hasis utilizó la excusa de que la «nave del Apsu»
que estaba construyendo le iba a permitir ir a la morada de Enki, evitando así
la ira de Enlil. Y la excusa fue aceptada sin más, pues las cosas estaban
realmente mal. El padre de Noé había tenido la esperanza de que su nacimiento
señalara el fin del largo tiempo de sufrimiento que habían padecido. El
problema del pueblo era la sequía -la ausencia de lluvia, la escasez de agua.
¿Quién, en su sano juicio, habría pensado que estaba a punto de perecer en una
avalancha de agua? No obstante, aunque los seres humanos no podían leer las
señales, los nefilim sí que podían. Para ellos, el Diluvio no era un
acontecimiento repentino; aunque era inevitable, ellos detectaron su llegada.
El plan de los dioses para destruir a la Humanidad ya no descansaba en un papel
activo, sino pasivo. Ellos no provocaron el Diluvio; ellos, simplemente, se
confabularon para que los terrestres no se enteraran de su llegada. Sin
embargo, conscientes de la inminente calamidad y de su impacto global, los
nefilim tomaron las medidas oportunas para poner a salvo sus pellejos.
Estando la Tierra a punto de ser engullida por las aguas, no tenían más
que una dirección de salida: hacia el cielo. Cuando la tormenta que precedió al
Diluvio comenzó a rugir, los nefilim se subieron a su lanzadera y permanecieron
en órbita terrestre hasta que las aguas comenzaron a descender. El día del
Diluvio, como mostraremos ahora, fue el día en que los dioses huyeron de la
Tierra. La señal que tenía que esperar Utnapistim para reunirse con los demás
en el arca y sellarla era ésta: “Cuando Shamash, que da la orden del temblor
al anochecer, haga caer una lluvia de erupciones- ¡sube a bordo del barco y
atranca la entrada!”. Como sabemos, Shamash tenía a su cargo el aeropuerto
espacial de Sippar. No nos cabe la menor duda de que Enki dio instrucciones a
Utnapistim para que vigilara la primera señal de lanzamientos espaciales en
Sippar. Shuruppak, que es donde vivía Utnapistim, estaba sólo a 18 beru (unos
180 kilómetros) al sur de Sippar. Dado que los lanzamientos debían tener lugar
al anochecer, no habría problemas para ver la «lluvia de erupciones» que
harían «caer» las naves espaciales. Aunque los nefilim estaban preparados para
el Diluvio, su llegada fue una experiencia aterradora. «El ruido del
Diluvio… hizo temblar a los dioses». Pero, cuando llegó el momento de dejar
la Tierra, los dioses, «dando la vuelta, ascendieron a los cielos de Anu».
La versión asiría de Atra-Hasis dice que los dioses utilizaron el rukub
ilani («carro de los dioses») para escapar de la Tierra. «Los
Anunnaki elevaron» sus naves espaciales, como antorchas, «iluminando la
tierra con su resplandor».
En órbita alrededor de la Tierra, los nefilim vieron una escena de la
destrucción que les afectó profundamente. Los textos del Gilgamesh nos cuentan
que, cuando la tormenta creció en intensidad, no sólo «uno no podía ver a su
compañero», sino que «tampoco se podía reconocer a la gente desde los
cielos». Apiñados en su nave espacial, los dioses se, esforzaban por ver lo
que estaba sucediendo en el planeta del cual acababan de despegar: “Los
dioses se encogieron como perros, se agacharon contra la pared exterior. Ishtar
gritó como una mujer de parto: «Los días de antaño se han convertido en
barro»…. Los dioses anunnaki lloraban con ella. Los dioses, abatidos todos, se
sentaron y lloraron; tenían los labios apretados… uno y todos”. Los textos
de Atra-Hasis repiten el mismo tema. Los dioses, mientras huían, pudieron ver
la destrucción también. Pero la situación dentro de sus propias naves tampoco
era muy estimulante. Parece ser que tuvieron que repartirse entre varias naves
espaciales; la Tablilla III de la epopeya de Atra-Hasis describe las
condiciones a bordo de una nave donde los anunnaki compartían alojamiento con
la Diosa Madre: “Los Anunnaki, grandes dioses, se fueron sentando sedientos,
hambrientos… Ninti lloró y dejó salir sus emociones; lloraba y aliviaba sus
sentimientos. Los dioses lloraban con ella por la tierra. Ella estaba abrumada
por el dolor, tenía sed de cerveza. Donde ella se había sentado, se sentaron
los dioses llorando; amontonándose como ovejas en un abrevadero. Tenían los
labios febriles por la sed, y sufrían retortijones a causa del hambre”.
La misma Diosa Madre, Ninhursag, estaba conmocionada por tan completa
devastación, y se lamentaba por lo que estaba viendo: “La Diosa vio y lloró…
tenía los labios cubiertos de calenturas… «Mis criaturas se han convertido como
en moscas-llenan los ríos como libélulas, el retumbante mar se ha llevado su
paternidad»”. Pero, ¿cómo podía salvar su propia vida mientras la
Humanidad, la que había ayudado a crear, estaba muriendo? ¿Cómo podía haber
dejado la Tierra?, se preguntaba: «¿Debo ascender al Cielo, para residir en
la Casa de las Ofrendas, donde Anu, el Señor, me ha ordenado ir?». Las
órdenes de los nefilim eran claras: abandonad la Tierra, «ascended al Cielo».
Fue la vez en la que el Duodécimo Planeta estuvo más cerca de la Tierra, dentro
del cinturón de asteroides (el «Cielo»), como lo sugiere el hecho de que
Anu fuera capaz de asistir personalmente a las cruciales conversaciones que
tuvieron lugar poco antes del Diluvio. Enlil y Ninurta -acompañados quizás por
la élite de los anunnaki, aquellos que habían ocupado Nippur- estaban en una
nave espacial, planeando, sin duda, volver a encontrarse con la nave principal.
Pero los demás dioses no estaban tan resueltos. Obligados a abandonar la
Tierra, se habían dado cuenta, de pronto, del apego que habían llegado a sentir
por el planeta y por sus habitantes. En una nave, Ninhursag y su grupo de
anunnaki debatían los méritos de las órdenes que había dado Anu. En otra,
Ishtar gritaba: «Los días de antaño se han convertido en barro»; los
anunnaki que estaban en su nave «lloraban con ella».
Enki, obviamente, estaba también en otra nave o, de lo contrario, habría
descubierto a los demás que se las había ingeniado para salvar la simiente de
la Humanidad. Sin duda, tenía motivos para sentirse menos pesimista, pues las
evidencias sugieren que también había planeado el encuentro en el Ararat. Las
versiones antiguas parecen dar a entender que, simplemente, el arca fue llevada
hasta la región del Ararat por las aguas torrenciales, que la «tormenta-sur»
habría llevado al barco hacia el norte. Pero los textos mesopotámicos reiteran
que Atra-Hasis/Utnapistim llevó consigo un «Barquero» llamado
Puzúr-Árnurri («occidental que conoce los secretos»). A él, el Noé
mesopotámico «le cedió la estructura, junto con su contenido» en cuanto
se desató la tormenta. ¿Para qué necesitaba a un experimentado navegante, a
menos que fuera para llevar el arca hasta un destino concreto? Los nefilim
utilizaban los picos de Ararat como puntos de referencia desde el principio.
Siendo las cumbres más altas en esa parte del globo, esperarían que fuera lo
primero en reaparecer sobre el manto de agua. Y, dado que Enki, «El Sabio,
el Omnisciente», podía suponer esto, nos atrevemos a conjeturar que dio
instrucciones a su sirviente para llevar el arca hacia el Ararat, planeando el
encuentro desde un principio.
La versión del Diluvio de Beroso, según la cuenta el griego Abideno,
dice: «Cronos le reveló a Sisithros que iba a haber un Diluvio en el
decimoquinto día de Daisios [el segundo mes], y le ordenó que ocultase en
Sippar, la ciudad de Shamash, todos los escritos que pudiera. Sisithros llevó a
cabo lo que se le dijo, inmediatamente después salió navegando en dirección a
Armenia y, acto seguido, sucedió lo que el dios había anunciado». Beroso
repite los detalles referentes a la liberación de las aves. Cuando Sisithros
(que es atra-asis al revés) iba a ser llevado por los dioses a su
morada, explicó al resto de la gente del arca que se encontraban en ese momento
«en Armenia» y que tenían que volver (a pie) a Babilonia. En esta
versión, no sólo nos encontramos con la relación con Sippar, el aeropuerto
espacial, sino también con la confirmación de que Sisithros recibió
instrucciones para «navegar inmediatamente hasta Armenia» -al país del
Ararat. Tan pronto como Atra-Hasis tocó tierra, sacrificó algunos animales y
los asó al fuego. No es de sorprender que los exhaustos y hambrientos dioses «acudieron
como moscas a la ofrenda». De pronto, se dieron cuenta de que el Hombre, el
alimento que éste cultivaba y el ganado que criaba eran esenciales. «Cuando,
por fin, Enlil llegó y vio el arca, montó en cólera». Pero la lógica de la
situación y la persuasión de Enki prevalecieron; Enlil hizo las paces con los
restos de la Humanidad y se llevó a Atra-Hasis/Utnapistim en su nave a la Morada
Eterna de los Dioses.
Otro factor que pudo pesar en la rápida decisión de hacer las paces con
la Humanidad pudo ser la progresiva retirada de las aguas del Diluvio y la
aparición de tierra seca y de vegetación sobre ella. Ya hemos visto que los
nefilim supieron con antelación que se aproximaba una calamidad; pero aquello
era tan singular en su experiencia, que temieron que la Tierra quedara
inhabitable para siempre. Cuando aterrizaron en el Ararat, vieron que éste no
era el caso. La Tierra seguía siendo habitable y, pra vivir en ella,
necesitarían al hombre. ¿Qué fue aquella catástrofe, previsible pero
inevitable? Una clave importante para desentrañar el misterio del Diluvio es
darse cuenta de que no fue un acontecimiento único y repentino, sino la
culminación de una cadena de acontecimientos. Unas atípicas plagas afectaron a
hombres y animales, y una grave sequía precedió a la ordalía de agua; un
proceso que duró, según las fuentes mesopotámicas, siete «pasos», o shar’s.
Estos fenómenos sólo podrían estar justificados por importantes cambios
climáticos. Estos cambios habían estado relacionados con las periódicas
glaciaciones y épocas interglaciales que habían dominado el pasado inmediato
del planeta. La reducción de las precipitaciones, el descenso del nivel del
agua en mares y lagos, y la desecación de las fuentes de agua subterránea eran
las señales de identidad de una glaciación inminente. Dado que el Diluvio, que
terminó abruptamente con estos trastornos, vino seguido por la civilización
sumeria y el actual período postglacial, la glaciación en cuestión sólo pudo
ser la última.
Nuestra conclusión es que los acontecimientos del Diluvio nos hablan del
último período glacial de la Tierra y de su catastrófico final. Perforando las
cubiertas de hielo del Ártico y el Antartico, los científicos han podido medir
el oxígeno atrapado en las distintas capas y han podido valorar, a partir de
ello, el clima que ha imperado en los últimos milenios. Las muestras recogidas
del fondo de los mares, como, por ejemplo, las recogidas en el Golfo de México,
en las que se mide la proliferación o la disminución de vida marina, les
permite estimar también las temperaturas de las distintas épocas del pasado.
Basándose en estos descubrimientos, los científicos aseguran ahora que el
último período glacial comenzó hace unos 75.000 años y experimentó un
minicalentamiento hace unos 40.000 años. Hace alrededor de 38.000 años,
sobrevino un período más duro, más frío y seco. Y después, hace unos 13.000
años, el período glacial terminó abruptamente, dando entrada a nuestro actual
clima suave. Poniendo en línea la información bíblica y sumeria, nos
encontramos con que los momentos duros, la «maldición de la Tierra»,
comenzó en la época del padre de Noé, Lámek. Su esperanza en que el nacimiento
de Noé («respiro») marcara el fin de las penurias se cumplió de un modo
inesperado, a través del catastrófico Diluvio.
Muchos estudiosos creen que los diez patriarcas bíblicos antediluvianos
(desde Adán hasta Noé) son, de algún modo, homólogos de los diez soberanos
antediluvianos de las listas de reyes sumerios. Estas listas no le aplican los
títulos divinos de DIN.GIR o EN a los dos últimos de esos diez, y tratan a
Ziusundra/Utnapistim y a su padre, Ubar-Tutu, como hombres. Los dos
últimos son los homólogos de Noé y de su padre, Lámek; y, según las listas
sumerias, entre los dos reinaron un total de 64.800 años, hasta que tuvo lugar
el Diluvio. El último período glacial, desde hace 75.000 hasta hace 13.000
años, duró 62.000 años. Dado que las penurias comenzaron cuando Ubar-tutu/Lámek
ya estaba reinando, esos 62.000 encajan perfectamente con los 64.800. Además,
las condiciones más duras se prolongaron, según la epopeya de Atra-Hasis,
durante siete shar’s, es decir, 25.200 años. Los científicos han
descubierto evidencias de un período extremadamente duro entre hace 38.000 y
13.000 años, es decir, un lapso de 25.000 años. Una vez más, las evidencias
mesopotámicas y los descubrimientos de los científicos actuales se corroboran
entre sí. Nuestro esfuerzo por desentrañar el misterio del Diluvio, por tanto,
se concentra en los cambios climáticos de la Tierra y, en particular, en el
colapso abrupto del período glacial que tuvo lugar hace unos 13.000 años.
¿Qué pudo causar un repentino cambio climático de tal magnitud? De las
muchas teorías que han avanzado los científicos, nos intriga la sugerida por el
Dr. John T. Hollín, de la Universidad de Maine. El Dr. Hollin sostiene que la
capa de hielo de la Antártida se rompe periódicamente y se desliza en el mar,
¡creando una repentina y gigantesca marea! Esta hipótesis -aceptada y ampliada
por otros- sugiere que, a medida que la capa de hielo se va haciendo más y más
gruesa, no sólo atrapa más calor de la Tierra debajo de la capa de hielo, sino
que también crea en su fondo (debido a la presión y a la fricción) una capa
medio derretida y, de ahí, resbaladiza, que actúa como un lubricante entre la
gruesa capa de hielo de arriba y la tierra sólida de abajo, provocando que la
primera se deslice, más pronto o más tarde, en el océano circundante. Hollin
calculó que, sólo con que la mitad de la actual capa de hielo de la Antártida
(que, en promedio, tiene más de kilómetro y medio de grosor) se deslizara en
los mares del sur, la inmensa marea que provocaría elevaría el nivel de todos
los mares del globo en unos 18 metros, inundando ciudades costeras y tierras
bajas. En 1964, A. T. Wilson, de la Universidad Victoria, en Nueva Zelanda,
ofreció la teoría de que los períodos glaciales terminaron abruptamente con
deslizamientos como éstos sucedidos no sólo en el Antártico, sino también en el
Ártico. Creemos que los distintos textos y los hechos reunidos justifican la
conclusión de que el Diluvio fue el resultado del deslizamiento en las aguas
del Antártico de miles de millones de toneladas de hielo, trayendo con ello el
fin repentino de la última gradación.
El súbito acontecimiento desencadenó una inmensa marea. Comenzando con
las aguas del Antártico, se extendió hacia el norte por los océanos Atlántico,
Pacífico e Índico. El abrupto cambio de temperatura debió crear unas violentas
tormentas acompañadas por torrentes de lluvia. Moviéndose más rápido que las
aguas, las tormentas, las nubes y el oscurecimiento de los cielos debieron
anunciar la avalancha de agua que se aproximaba. Ése es exactamente el fenómeno
que se describe en los textos antiguos. Tal como le había ordenado Enki, Atra-Hasis
hizo subir a todos al arca mientras él se quedaba fuera para esperar la señal
para subir a bordo y sellar la nave. Dándonos un detalle de «interés humano»,
el antiguo texto nos cuenta que Atra-Hasis, a pesar de habérsele ordenado
quedarse fuera de la nave, «entraba y salía; no podía estar sentado, no podía
agacharse… su corazón estaba roto; estuvo vomitando bilis». Pero, entonces, “la
Luna desapareció…El aspecto del tiempo cambió; las lluvias rugieron en las
nubes…Los vientos se hicieron salvajes…… el Diluvio estaba en camino, su fuerza
cayó sobre la gente como una batalla; Una persona no veía a otra, no eran
reconocibles en la destrucción. El Diluvio bramó como un toro; los vientos
gimieron como un asno salvaje. La oscuridad era densa; no se podía ver el Sol”.
«La Epopeya de Gilgamesh» es muy específica en lo relativo a la
dirección de la cual vino la tormenta: vino del sur. Nubes, vientos, lluvia y
oscuridad precedieron, sin duda, a la marea que echó abajo, en primer lugar,
«los puestos de Nergal» en el Mundo Inferior: “Con el fulgor de la aurora
una nube negra se elevó en el horizonte; en su interior, el dios de las
tormentas tronaba- Todo lo que había sido luminoso se tornó oscuridad- Durante
un día sopló la tormenta del sur, ganando velocidad mientras soplaba,
sumergiendo las montañas… Seis días y seis noches sopló el viento mientras la
Tormenta del Sur barría la tierra. Cuando llegó el séptimo día, el Diluvio de
la Tormenta del Sur amainó”. Las referencias a la «tormenta del sur»,
al «viento del sur», indican con claridad la dirección desde la cual
llegó el Diluvio, sus nubes y vientos, los «heraldos de la tormenta»,
moviéndose «sobre colinas y llanuras» hasta alcanzar Mesopotamia.
Ciertamente, una tormenta y una avalancha de agua originadas en el Antartico
alcanzarían Mesopotamia a través del Océano índico después de engullir las
colinas de Arabia, inundando más tarde la llanura del Tigris y el Eufrates. «La
Epopeya de Gilgamesh» nos dice también que, antes de que la gente y la
tierra quedaran sumergidos, las «represas de la tierra seca» y sus
diques fueron «destrozados»: el litoral continental resultó arrollado y
barrido.
La versión bíblica del Diluvio dice que saltaron «las fuentes del
Gran Abismo» antes de que se abrieran «las compuertas del cielo». En primer
lugar, las aguas del «Gran Abismo» (qué nombre más descriptivo para los
mares más meridionales, los mares helados del Antartico) se liberaron de su
gélida reclusión; sólo entonces comenzaron las lluvias a caer del cielo. Esta
confirmación de nuestra manera de entender el Diluvio se repite, al revés,
cuando el Diluvio amaina. En primer lugar, las «Fuentes del Abismo [se]
cerraron»; después, la lluvia «fue arrestada de los cielos». Tras la
primera y gigantesca marea, las aguas aún «iban y venían» en inmensas olas.
Después, las aguas comenzaron a «retroceder», y «fueron menos»
después de 150 días, cuando el arca se posó entre los picos del Ararat. La
avalancha de agua, viniendo desde los mares del sur, volvió a los mares del
sur. ¿Cómo pudieron predecir los nefilim cuándo se iba a desencadenar el
Diluvio en la Antártida? Sabemos que los textos mesopotámicos relacionan el
Diluvio y los cambios climáticos que lo precedieron con siete «pasos»,
algo que, indudablemente, tiene que ver con el tránsito periódico del Duodécimo
Planeta por las inmediaciones de la Tierra. Sabemos que, incluso la Luna,
el pequeño satélite de la Tierra, ejerce la suficiente atracción gravitatoría
como para provocar las mareas. Tanto los textos mesopotámicos como los bíblicos
describían de qué forma se sacudía la Tierra cada vez que el Señor Celestial
pasaba por sus inmediaciones. ¿Pudo suceder que los nefilim, al observar los
cambios climáticos y la inestabilidad de la capa de hielo antártica, se dieran
cuenta de que, con el siguiente «paso» del Duodécimo Planeta, se
desencadenaría la inevitable catástrofe?
Los antiguos textos demuestran que así fue como sucedió. El más
extraordinario de esos textos es uno que tiene unas treinta líneas inscritas,
con una escritura cuneiforme en miniatura, en ambos lados de una tablilla de
arcilla de poco más de dos centímetros de larga. Fue desenterrada en Assur,
pero la profusión de palabras sumerias en el texto acadio no deja lugar a dudas
sobre su origen sumerio. El Dr. Erich Ebeling determinó que era un himno que se
recitaba en la Casa de los Muertos, de ahí que incluyera este texto en
su obra maestra (Tod und Leben) sobre la muerte y la resurrección en la
antigua Mesopotamia. Sin embargo, un minucioso examen nos demuestra que la
composición «invocaba los nombres» del Señor Celestial, el Duodécimo
Planeta. En él se elabora el significado de los distintos epítetos,
relacionándolos con el paso del planeta por el lugar de la batalla con Tiamat
-¡un tránsito que provoca el Diluvio! El texto comienza anunciando que, a pesar
de todo su poder y tamaño, el planeta («el héroe»), no obstante, orbita
al Sol. El Diluvio era el «arma» de este planeta: “Su arma es el
Diluvio; Dios cuya Arma trae la muerte a los malvados. Supremo, Supremo,
Ungido… Quien, como el Sol, cruza las tierras; el Sol, su dios, él teme”.
Pronunciando el «primer nombre» del planeta -que,
desgraciadamente, es ilegible- el texto describe su paso cerca de Júpiter,
hacia el lugar de la batalla con Tiamat: “Primer Nombre:… el que repujó la
banda circular; el que partió en dos a la Ocupadora, echándola. Señor, que en
el tiempo de Akiti dentro del lugar de la batalla de Tiamat reposa… Cuya
simiente son los hijos de Babilonia; que no puede ser perturbado por el planeta
Júpiter; que por su fulgor creará”. Al acercarse, al Duodécimo Planeta
se le llama SHILIG.LU.DIG («líder poderoso de los jubilosos planetas»).
Se encuentra ahora muy cerca de Marte: «Con el brillo del dios [planeta] Anu
dios [planeta] Lahmu se viste». Entonces, soltó el Diluvio sobre la Tierra:
“Éste es el nombre del Señor que desde el segundo mes hasta el mes de Addar
las aguas ha espoleado”. La elaboración de los dos nombres del texto ofrece
una importante información en cuanto al calendario. El Duodécimo Planeta
pasó por Júpiter y se acercó a la Tierra «en el tiempo de Akiti», cuando
comenzaba el Año Nuevo mesopotámico. Durante el segundo mes estuvo muy cerca de
Marte. Después, «desde el segundo mes hasta el mes de Addar» (el
duodécimo mes), soltó el Diluvio sobre la Tierra. Esto está perfectamente de
acuerdo con el relato bíblico, que dice que «las fuentes del gran abismo
saltaron» en el decimoséptimo día del segundo mes. El arca descansó en el
Ararat en el séptimo mes; otra tierra seca era visible en el décimo mes; y el
Diluvio terminó en el duodécimo mes -pues fue en «el primer día del primer
mes» del siguiente año cuando Noé abrió la ventanilla del arca.
Al pasar a la segunda fase del Diluvio, cuando las aguas comenzaron a
descender, el texto llama al planeta SHUL.PA.KUN.E: “Héroe, Señor Vigilante,
que reúnes las aguas; que manando aguas purificas al justo y al malvado; que en
la montaña de los picos gemelos detuviste el… … pez, río, río; la inundación se
detuvo. En la tierra montañosa, sobre un árbol, el ave descansó. Día que… dijo”.
A pesar de que algunas líneas son ilegibles por estar deteriorada la tablilla,
los paralelismos con los relatos del Diluvio bíblico y los mesopotámicos son
evidentes: la inundación había cesado, el arca se había «detenido» en la
montaña de los picos gemelos; los ríos comenzaron a fluir de nuevo desde las
cimas de las montañas y a llevar agua hacia el océano; se veían peces; se soltó
un ave del arca. La ordalía había pasado. El Duodécimo Planeta había
pasado su «cruce». Se había acercado a la Tierra y se alejaba,
acompañado por sus satélites: “Cuando el sabio grite: «¡Inundación! »-es el
dios Nibiru [«Planeta del Cruce»]; es el Héroe, el planeta de cuatro cabezas.
El dios, cuya arma es la Tormenta de la Inundación, volverá; a su lugar de
descanso bajará él mismo”. El planeta, alejándose, afirma el texto, volvió
a cruzar el sendero de Saturno en el mes de Ululu, el sexto mes del año.
El Antiguo Testamento se refiere con frecuencia al momento en que el
Señor hizo que la Tierra se cubriera con las aguas del abismo. El Salmo 29
describe la «visita» así como el «retorno» de las «grandes
aguas» por el Señor: “Al Señor, vosotros hijos de los dioses, dad la
gloria, reconoced el poder… El sonido del Señor está sobre las aguas; el Dios
de gloria, el Señor, tronó sobre las grandes aguas… El sonido del Señor es
poderoso, el sonido del Señor es majestuoso; el sonido del Señor partió los
cedros… Hace bailar como un novillo al [Monte del] Líbano, y hace brincar al
[Monte] Sirión como un toro joven. El sonido del Señor enciende llamaradas; el
sonido del Señor sacudió el desierto… El Señor al Diluvio [dijo]: «¡Vuelve!».
El Señor, como rey, está en el trono para siempre”. En el grandioso Salmo
77 -«Mi voz hacia Dios yo clamo»-, el salmista recuerda la aparición y
la desaparición del Señor en tiempos primitivos: “He calculado los Días de
Antaño, los años de Olam.. Recordaré las gestas del Señor, recuerdo tus
maravillas en la antigüedad… Tu curso, Oh Señor, está determinado; ningún dios
es tan grande como el Señor… Las aguas te vieron, Oh Señor, y se estremecieron;
tus raudas chispas salieron. El sonido de tu trueno retumbaba; los relámpagos
iluminaron el mundo; la Tierra se agitaba y temblaba. [Entonces] en las aguas
iba tu camino, tus senderos en las aguas profundas; y tus huellas
desaparecieron, desconocidas”.
El Salmo 104, que ensalza las gestas del Señor Celestial, recordaba el
momento en que los océanos arrasaron los continentes y se les hizo retroceder:
“Fijaste la Tierra en constancia, inconmovible para siempre jamás. Con los
océanos, como vestido, la cubriste; sobre los montes persistía el agua. Al
reprenderlas tú, las aguas huyeron; con el sonido de tu trueno, se alejaron
raudas. Saltaron las montañas, bajaron a los valles hasta el lugar que tú les
habías asignado. Les pusiste un límite, para que no lo pasaran; para que no
vuelvan a cubrir la Tierra”. Las palabras del profeta Amós son aun más
explícitas: “Ay de los que ansían el Día del Señor; ¿qué creéis que es? Pues
el Día del Señor es oscuridad y no luz… La mañana se convirtió en la sombra de
la muerte, el día se hizo oscuro como la noche; las aguas del mar se salieron y
se derramaron sobre la faz de la Tierra”. Éstos, por tanto, fueron los
acontecimientos que tuvieron lugar «en los días de antaño». El «Día
del Señor» fue el día del Diluvio.
Ya hemos visto que, después de aterrizar en la Tierra, los nefilim
asociaron los primeros reinados en las primeras ciudades con los signos del
Zodiaco, dando a los signos los epítetos de los distintos dioses con los que
estaban relacionados. Ahora, veremos que el texto descubierto por Ebeling no
sólo proporcionaba información a los hombres, sino también a los nefilim. El
Diluvio, nos dice, ocurrió en la «Era de la constelación del León»: “Supremo,
Supremo, Ungido; Señor cuya corona radiante con terror se carga. Planeta
supremo: un asiento él ha erigido de cara a la limitada órbita del rojo planeta
[Marte]. A diario, dentro del León él está ardiendo; su luz, su brillo declara
reinos sobre las tierras”. También podemos comprender ahora un enigmático
versículo de los rituales de Año Nuevo, que dice que fue «la constelación
del León la que midió las aguas del abismo». Estas afirmaciones sitúan el
tiempo del Diluvio dentro de un marco definido, pues, aunque los astrónomos de
hoy en día no pueden determinar con precisión dónde establecían los súmenos el
inicio de una casa zodiacal, la siguiente tabla de la eras se considera exacta:
Era de Piscis 60 a.C. a 2100 d.C.; Era de Aries 2220 a.C. a 60 a.C.; Era de
Tauro 4380 a.C. a 2220 a.C.; Era de Géminis 6540 a.C. a 4380 a.C.; Era de
Cáncer 8700 a.C. a 6540 a.C.; Era de Leo 10.860 a.C. a 8700 a.C. Si el Diluvio
acaeció en la Era de Leo o, lo que es lo mismo, en algún momento entre el 10860
a.C. y el 8700 a.C, la fecha del Diluvio coincide con nuestra tabla temporal.
Según la ciencia moderna, la última glaciación terminó abruptamente en el
hemisferio sur hace doce o trece mil años, y en el hemisferio norte uno o dos
mil años después. El fenómeno zodiacal de la precesión nos ofrece una
corroboración aun más amplia de nuestras conclusiones. Los nefilim llegaron a
la Tierra 432.000 años (120 shar’s) antes del Diluvio, en la Era de
Piscis. En los términos del ciclo precesional, 432.000 años comprenden 16
ciclos completos, o Grandes Años, y más de medio de otro Gran Año, dentro de la
«era» de la constelación de Leo.
Podemos reconstruir ahora la tabla temporal completa para los
acontecimientos: Hace 445.000 años: Los nefilim, liderados por Enki, llegan a
la Tierra desde el Duodécimo Planeta. Se funda Eridú -Estación Tierra
I- en el sur de Mesopotamia. Hace 430.000: las grandes placas de hielo
comienzan a retroceder; el clima se hace benigno en Oriente Próximo; hace
415.000; Enki se traslada tierra adentro y funda Larsa; hace 400.000: el gran
período interglacial se expande por todo el globo; Enlil llega a la Tierra,
funda Nippur como Centro de Control de la Misión; Enki establece rutas
marítimas hacia el sur de África y organiza operaciones mineras de extracción
de oro; hace 360.000: los nefilim fundan Bad-Tibira como centro metalúrgico de
fundición y refinado; Se construye Sippar, el aeropuerto espacial, así como
otras ciudades de los dioses; hace 300.000: el motín de los anunnaki. Enki y
Ninhursag crean al Hombre -el «Trabajador Primitivo»; hace 250.000: el «Homo
sapiens primitivo» se multiplica y se propaga por otros continentes, hace
200.000: la vida en la Tierra se retrae durante un nuevo período glacial; hace
100.000: el clima se caldea de nuevo; los hijos de los dioses toman a las hijas
del Hombre por esposas; hace 77.000: Ubartutu/Lámek, un humano de parentesco
divino, asume la corona en Shuruppak bajo el patrocinio de Ninhursag; hace
75.000: comienza la «maldición de la Tierra» -una nueva glaciación;
Tipos regresivos del Hombre vagan por la Tierra; hace 49.000: comienza el
reinado de Ziusudra («Noé»), «fiel servidor» de Enki, hace
38.000: el duro período climático de los «siete pasos» empieza a diezmar a la
Humanidad; el Hombre de Neanderthal desaparece en Europa; sólo sobrevive
el Hombre de CroMagnon (establecido en Oriente Próximo); Enlil, desencantado
con la Humanidad, busca su exterminio; hace 13.000: los nefilim, al tanto de la
inminente inundación que se desencadenará con la aproximación del Duodécimo
Planeta, se conjuran para dejar perecer a la Humanidad; el Diluvio arrasa
la Tierra, dando fin súbitamente a la glaciación.
Y aquí queremos hacer referencia a varios casos en que una fecha
alrededor del 10450 a. de C.,
que no significa nada para los historiadores, ya que es «prehistórica»,
adquiere una gran relevancia, si la consideramos ligada a un posible Diluvio
Universal. Más o menos es la época en que, después del Diluvio, aparecieron los
primeros agricultores en el Oriente Medio, que, sorprendentemente, actuaron
primero en zonas montañosas antes que en las llanuras. Y hay una fecha en la
mitología, una sola, que se le acerca de manera razonable. Según el Timeo de
Platón, cuando el estadista griego Solón visitó Egipto hacia el año 600 a. de
C., los sacerdotes egipcios le contaron la historia de la destrucción de la
Atlántida, acaecida unos nueve mil años antes, y de cómo se había hundido
debajo de las olas.la Esfinge ya era antigua en tiempos de Kefrén. El cuerpo y
el recinto de la Esfinge habían sido erosionados por el agua, en vez de por la
arena impulsada por el viento. Ello implica una época en que la Esfinge estaba
en un entorno húmedo (alrededor del
10.000 a.C). La inexistencia de restos de pescado en Egipto durante este
período, hace suponer que el hombre había aprendido a alimentarse de la agricultura.
Luego, según parece, una serie de desastres naturales, entre los que hubo
tremendas inundaciones en el valle del Nilo, pusieron fin a la «revolución
agrícola» hacia 10500 a. de C. Ésta
es la fecha en que se supone tuvo lugar la destrucción de la Atlántida y en que
los supervivientes llegaron a Egipto y construyeron la versión más antigua de
la Esfinge.
Robert Bauval, ingeniero y escritor, nacido el 5 de marzo de 1948 en
Alejandría, Egipto, de padres de origen belga, se hallaba acampado en el desierto
de Arabia Saudita durante una expedición. Se despertó y alzó los ojos hacia la
Vía Láctea. «De hecho -agregó su amigo astrónomo-, las tres estrellas del
cinturón de Orión no están alineadas de manera perfecta… la más pequeña está
ligeramente desviada hacia el este.». Era una respuesta a su pregunta sobre por
qué la pirámide de Menkaura era más pequeña que las otras dos y estaba desviada
hacia el este. Las pirámides tenían que representar las estrellas del cinturón
de Orión. Y la Vía Láctea era el río Nilo. Bauval observó que la única vez que
la pauta de las pirámides en el suelo es un reflejo perfecto de las estrellas
del Cinturón de Orión -en lugar de estar inclinada hacia un lado- fue en 10450 a. de C. Éste es también su
punto más bajo en el cielo. Después de esto, empezó a subir otra vez de nuevo,
y alcanzará su punto más elevado hacia el año 2550 d. de C. En el año 10450 a.
de C. fue como si el cielo fuese un enorme espejo en el cual el curso del Nilo
se «reflejaba» como la Vía Láctea; y las pirámides de Gizeh, como el
Cinturón de Orión. La curiosa coincidencia de la fecha (10400 a. de C.) plantea
una pregunta importante: ¿por qué los constructores de las pirámides de Gizeh
las dispusieron de manera que reflejasen la posición del Cinturón de Orión en
el 10450 a. de C.?
Hace unos 16 mil años las cosas empezaron a cambiar. Poco a poco el
hielo comenzó a derretirse, el agua comenzó a fluir en grandes cantidades,
vertiéndose a los océanos, e incrementando el nivel de los mismos. El
calentamiento se prolongó hasta hace
unos 12 mil años, cuando el clima se estabilizó en el mundo, la cara de
la Tierra había cambiado, el nivel del mar se incrementó en 120 metros, el mar
cubrió grandes áreas de las zonas costeras y la geografía de los continentes se
reconstruyeron tal y como los conocemos hoy en día. Cuando las cordilleras que
formaban la Atlántida se prolongaban desde América hasta Europa y África,
impedían el flujo de las aguas tropicales del océano hacia el Norte y no
existía la Corriente del Golfo. La tierra encerraba el océano, que bañaba las
playas del Norte de Europa y era intensamente frío. El resultado fue el período
de las glaciaciones. Cuando la barrera de la Atlántida se hundió lo
suficientemente como para permitir la expansión natural de las aguas calientes
de los trópicos hacia el Norte, el hielo y la nieve que cubrían Europa
desaparecieron gradualmente; la Corriente del Golfo fluyó alrededor de la
isla-continente y aún conserva el movimiento circular que adquirió
originalmente debido a la presencia de la Atlántida.
Más coloquialmente, cuando se habla de los últimos millones de años, se
utiliza «glaciación» para referirse a periodos más fríos con extensos
casquetes glaciales en Norteamérica y Eurasia: según esta definición, la
glaciación más reciente acabó hace 10.000
años. Piri Reis 1.470-1.554) ejerció la navegación al servicio del
Sultán Selim I. Su gran pasión fue la cartografía, llegando a publicar un libro
donde recogía más de 210 mapas de todos los mares del mundo, el “Kitabi
Bahriye”, una gran recopilación de antiguos mapas copiados por él y
obtenidos de sus saqueos marítimos o comprados a comerciantes en los muchos
puertos donde desembarcó. Entre estos mapas destacaron uno hecho en 1.513 y
otro en el 1.528, donde se podían apreciar todo el Océano Atlántico y sus
costas americanas, africanas, europeas, árticas y antárticas. Toda su colección
de mapas fue regalada al Sultán, perdiéndose desde ese momento la pista a esta
colección única. En 1.960 el teniente coronel de los EE.UU Harold Z. Ohlmeyer,
especialista en cartografía, estudió estos mapas, y admitió en sus conclusiones
que la costa antártica que aparece en el mapa de 1.513 tuvo que ser
forzosamente cartografiada antes de que hubiera sido cubierta por la capa de
hielo que presenta en la actualidad, es decir, dentro de un período que se
sitúa hace 8.000 ó 10.000 años,
mucho antes del conocimiento de nuestra historia escrita
Si debemos el estudio de Tiahuanaco a alguna persona, es sin duda a
Arthur Posnansky, este arqueólogo ha dedicado gran parte de su vida al estudio
de esta ciudad, y la pregunta que él se hizo y que nos hacemos nosotros es:
¿cuándo fue construida Tiahuanaco? Basándonos en los cálculos matemáticos /
astronómicos del profesor Arthur Posnansky, de la Universidad de la Paz, y el
profesor Rolf Muller llegamos a unas fechas que si podrían explicar mejor los
cambios producidos en la región. Estos investigadores sitúan la fase principal
de la construcción de Tiahuanaco en el año 15.000 a.C. Tras la construcción de
esta ciudad sobrevinieron una serie de cambios geológicos, con fechas marcadas
en torno al 11.000 a.C. que
comenzaron a separar cada vez más la ciudad de la costa del lago. Arthur
Posnansky, en “Tiahuanaco, la cuna del hombre americano”, cree que la
ultima civilización de Tiahuanaco apareció unos 14.000 años antes de C. y que
en algún lejano momento se produjo un fenómeno geológico de proporciones
dantescas que fraccionó la cordillera de los Andes. Posteriormente se produjo
una elevación de la región del lago Titicaca hace unos diez mil años, tras un hundimiento de amplias regiones de tierra
(Mu, Atlántida). Si es verdad, y si la tradición según la cual Viracocha fundó
la ciudad sagrada de Teotihuacán se basa en la realidad, entonces Teotihuacán
fue también como mínimo «proyectada» al mismo tiempo que las pirámides
de Gizeh. Y el conocimiento que se encarna en su trazado geométrico fue traído
de una civilización que se hallaba en trance de destrucción. Otro estudioso,
Stansbury Hagar, también ha sugerido que Teotihuacán es un «mapa del cielo»,
y que la finalidad de la Calle de los Muertos es desempeñar el papel de
la Vía Láctea, como lo desempeña el Nilo, según Robert Bauval, en relación con
las «estrellas» de Orión de las pirámides de Gizeh. Graham Hancock
conjetura que en un principio la Vía de los Muertos estaba llena de
agua, con lo cual se parecería aún más al Nilo.
Para los científicos de nuestro tiempo la historia geológica de la
Tierra es un libro abierto. Allí está escrito que en 4.5 millones de años la
Tierra ha pasado por lo menos catorce veces por inversiones de sus polos
magnéticos. Para llegar a estas conclusiones los científicos investigan las
capas geológicas donde existen sedimentos correspondientes a las distintas
edades del planeta. Lo que antes fue lava, contiene todavía minerales que
conservan su alineación magnética original, que puede medirse con la tecnología
del radio carbono. Graham Hancock cita Nature en el sentido de que la
última inversión de los polos magnéticos de la Tierra ocurrió hace unos 12.400
años: dicho de otro modo, hacia el 10400
a. de C.
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