1.- La Cosmogonía Perenne
La cosmogonía es una ciencia que ha existido en todos los pueblos arcaicos y tradicionales y se refiere al conocimiento del hombre (cosmos en pequeño) y el universo (hombre grande), hecho que de modo unánime y de manera perenne se ha repetido a lo largo del tiempo (historia) y del espacio (geografía) describiendo una sola y única realidad, la del cosmos, que, por otra parte, es la misma que la que vivimos y habitamos los contemporáneos, pues es esencialmente inmutable a pesar de las cambiantes formas en que puede expresarse o ser aprehendida, ya que se mantiene perennemente viva.
Esta ciencia,
prácticamente desconocida para el ser humano actual, que es producto del
racionalismo, el positivismo, el materialismo, y la técnica, fue sin embargo la
estructura de base, primaria, donde tanto los pueblos primitivos como las
grandes civilizaciones de la antigüedad (por ejemplo: los egipcios), fundaron
sus creencias, y la herramienta con la que construyeron su vida y cultura, que
en el caso del ejemplo antes mencionado duró tres mil años; otro tanto pudiera
decirse del imperio chino, o mejor de la Tradición extremo-oriental, aunque en
verdad esta ciencia es el denominador común de todas las tradiciones conocidas,
así ellas se encuentren vivas o aparentemente muertas.
Hemos de agregar que
el modo normal en que esa Cosmogonía, Universal y Perenne, se expresa es el
símbolo, o un conjunto de símbolos en acción, constituyendo códigos y
estructuras que se conjugan permanentemente entre sí, manifestando y
vehiculando la realidad, o sea, toda la posibilidad del discurso universal, que
se hace audible y comprensible por su intermedio. El símbolo es
por lo tanto la traducción inteligible de una realidad cosmogónica, y al mismo
tiempo esa realidad en sí, al nivel en que ella se expresa.( 1 )
Para el caso de la
cosmogonía nos interesan particularmente los símbolos numéricos y geométricos,
que, como se sabe, mantienen una perfecta correspondencia entre sí y
constituyen módulos paradigmáticos, presentes en toda cultura por conformar la
estructura misma de cualquier construcción, en este caso, de la Construcción
Universal. Sin embargo aquí trataremos no sólo los números y figuras
geométricas y el simbolismo constructivo en general, sino en particular el
símbolo de la rueda; haciendo la salvedad que aquello que el simbólismo
manifiesta dentro de sí, en lo más hondo de su intimidad, no es sino la
totalidad del cosmos, actual y constante, pues ella misma, la Cosmogonía
Perenne y Universal -y no sólo la ciencia que trata de ella-, válida para todo
tiempo y lugar en la dimensión de lo humano, no es nada más que un símbolo de
algo mucho más amplio que la trasciende, ya que puede ser concebida y explicada
como una modalidad arquetípica del Ser Universal.
Aquí hay que decir
que el símbolo no es arbitrario, sino que él refleja auténticamente lo que
expresa, requisito sin el cual sería imposible cualquier relación o
comunicación. Y recordar que por tomar una forma constituye una estructura en
el torrente de lo no enunciado, en la vida larval y caótica del devenir. Los
antiguos conocían sobradamente esta verdad, y de allí el valor creativo que
atribuían a la palabra; o sea que el sujeto participa de cualquier hecho
objetivo y por tanto lo genera; la historia de sus ciclos también testimonia
esta interrelación constante. Sin embargo, la irrealidad del mundo -y el
hombre- sólo pueden advertirse porque ellos existen, y deben ser, en ese caso,
sujetos y objetos de alguna revelación. Los símbolos, como los conceptos, o los
seres, son imprescindibles en el plan del Universo, y algunos códigos como el
aritmético o el geométrico, entre otros, no son convenciones casuales sino que
expresan realidades arquetípicas y conforman la base de cualquier estructura,
no sólo en lo "exterior" sino en lo "interior", al punto
que pudiera decirse que estas imágenes constituyen categorías propias del pensamiento,
y hacen del hombre un auténtico intermediario entre lo conocido y lo
desconocido, es decir: el mayor de los símbolos, capaz de unificar por su
mediación la multitud de lo disperso.
2.- El Símbolo de la
Rueda
Tal vez, de entre los
símbolos sacros de todos los pueblos sea el de la Rueda el más universal. Ello
se debe, por un lado, a que este símbolo aparece unánimemente, directa o
indirectamente tratado en todas las tradiciones, y parecería ser consubstancial
al hombre, y por otro, a que la misma universalidad de los significados de la
rueda, y su conexión directa o indirecta con los demás símbolos sagrados, en
especial, números y figuras geométricas, hacen de ella una especie de modelo
simbólico, una imagen del cosmos. Pues la rueda en el plano es un círculo, y la
circularidad es una manifestación espontánea de todo el cosmos; por lo tanto
esa energía ha de provenir de un punto central que la irradia, tal el caso de
una rueda, símbolo del movimiento y también de la inmovilidad, que puede girar
y reiterar sus ciclos, posibilitando la marcha, merced a un eje inmóvil. En el
plano esto se representa como un centro del que la circunferencia extrae su
forma (con cordel o compás es imprescindible tener un punto fijo para trazar la
circunferencia) por irradiación, tal cual la energía potencial
del eje se transmite a la llanta por mediación de los rayos de las ruedas,
análogas al radio de la circunferencia;( 2 ) cualquiera que traza una
circunferencia sabe que ésta depende del punto central y no a la inversa. Entre
el punto central y la circunferencia se configura el círculo; el valor
aritmético asignado al primero es la unidad, que es una representación natural
del punto geométrico, y a la segunda el nueve, que es el número del ciclo por
ser el de la circularidad, como más adelante veremos. La suma de ambos nos da
la decena (1 + 9 = 10) que es modelo numérico de la tetraktys pitagórica,
el cual puede ser puesto en relación con cualquier otra aritmosofía, ya que los
números -y las figuras geométricas- son módulos armónicos arquetípicos, válidos
en todo lo manifestado y por lo tanto para cualquier tiempo y lugar dentro de
este ciclo humano.
Así pues, no debe
extrañarnos que en este trabajo se traten conjuntamente los símbolos de la
rueda y el círculo, el de la espiral, y aun el de la esfera, pues ésta no es
sino el círculo en la tridimensionalidad. Igualmente que se mencionen símbolos
estrechamente asociados al de la rueda como el de la cruz, el cuadrado, y otros,
así como que se recurra a las distintas tradiciones donde se encuentra
atestiguado. Sin embargo este símbolo está presente en nuestra propia Tradición
y se halla a nuestro alcance trabajar con él. En la misma cotidianidad podemos
observarlo constantemente; de hecho es evidente en la vida misma, pues como
hemos señalado las cosas se producen con un movimiento circular y por lo tanto
son cíclicas, lo cual es un pensamiento emitido por todas las doctrinas
metafísicas, aunque a veces en ellas se lo dé por supuesto y en otras se lo
destaque especialmente. La figura esquemática de la rueda en el plano ha sido
asociada al sol por numerosos pueblos y de hecho aún hoy es el símbolo
astrológico de ese astro; en alquimia representa al oro, su equivalente terrestre.
De allí a asociar el recorrido del sol con un carro dorado, o de fuego, hay
sólo un paso. De hecho su alcance es significativamente más amplio y se
corresponde con la idea arquetípica de Centro: aquello que es capaz de generar
un orden en la masa amorfa del caos; el punto inmóvil imprescindible a toda
creación, el motor merced al cual el devenir tiene un sentido.
Este punto central de
la Rueda del Mundo se comunica con la periferia, como ya se dijo, a través de
rayos, que son por lo tanto intermediarios entre ambos; y mientras
la rueda gira sobre sí misma simbolizando el movimiento y el tiempo, el eje
permanece fijo expresando la inmovilidad y lo eterno.( 3 )
El círculo y la
esfera han sido tomados por numerosos pueblos y distintos autores antiguos como
figuras perfectas y expresiones de la totalidad. La rueda en particular está
asociada a los ciclos que reitera una y otra vez y por lo tanto a lo relativo,
a lo pasajero, a lo contingente, pero sobre todo a la recurrencia, a la
reiteración. Como podrá observarse, y así lo seguiremos viendo, este símbolo se
presta a innumerables transposiciones al plano metafísico, ontológico y cósmico
y es objeto de conocimiento y especulación.
Lo que es un punto central
al círculo, es el eje con respecto a la esfera, por lo que centro y eje se
corresponden exactamente, siendo el primero un símbolo plano y el otro
tridimensional del mismo concepto.
Si el punto es
virtual, inmanifestado y geométricamente no existe, la periferia de la rueda
será visible y representará, en el orden cósmico, a la manifestación universal,
y en el mundo del hombre, a cualquier expresión, por lo que también pueden
equipararse el punto y el círculo, a potencia y acto, por ende, a contemplación
y acción.
La primera división a
que puede dar lugar el símbolo de la rueda es la bipartición de la figura que
la representa en dos mitades análogas y exactas. Éstas representan los dos
movimientos, de ascenso y descenso, que realiza la rueda en el recorrido de un
ciclo, así éste sea el del sol en el año, o el del día, o el de la luna en un
mes, o el de la vida de un ser humano; el de principio y fin con el que está
signada cualquier creación.
Principio y fin
tienen un origen y destino común, lo que da lugar, además, a las ideas de
reincidencia o repetición, creencias y conceptos de todos los pueblos arcaicos
y tradicionales que han vivido siempre un tiempo cíclico y no uno lineal e
indefinido, tal como lo solemos concebir los contemporáneos. Cualquier punto de
la periferia -los que son de número indefinido y pueden simbolizar, cada uno,
la vida de un hombre en la multitud de lo creado- es un reflejo del centro y se
encuentra conectado a él por el rayo, pero mientras que en la llanta todo es
sucesivo, desde el punto de vista central las cosas son simultáneas. Esta
figura también puede adaptarse obviamente a los conceptos de interior y
exterior, de luz y reflejo, y también de realidad e ilusión, puesto que la
permanencia del punto no se altera ante las formas cambiantes y siempre
perecederas del transcurrir periférico.
Nos dice René Guénon
que: "El centro es, ante todo, el origen, el punto de partida de todas las
cosas; es el punto principal, sin forma ni dimensiones, por lo tanto
indivisible, y, por consiguiente, la única imagen que pueda darse de la Unidad
primordial. De él, por irradiación, son producidas todas las cosas, así como la
Unidad produce todos los números, sin que por ello su esencia quede modificada
o afectada en manera alguna".
Todos los puntos de
la circunferencia están a igual distancia del centro, le son equidistantes, por
lo que las innumerables energías del cosmos se neutralizan en su seno.
Geométricamente es el eje vertical que atraviesa distintos planos circulares
horizontales, que él mismo genera, los que giran como ruedas a su alrededor
conformando la cadena de mundos, los distintos estados de un Ser Universal.
La energía de la
irradiación llegada a sus propios límites retorna a su fuente por mediación del
mismo rayo que las conecta, para ser reabsorbida en el Principio, que
nuevamente vuelve a emanarla hacia la periferia, conformando esta
interrelación, ad extra y ad intra, una especie de respiración
universal sellada por las leyes cósmicas de la dialéctica. Por lo que el
Centro, o el Eje, es el Origen y el Principio, e irradiando todo de Él, a Él
todo retorna.
El centro es pues una
región mítica, una idea arquetípica que, sin embargo, se manifiesta en
determinados puntos de la circunferencia que, de esta manera, pasan a su vez a
ser centros para el sistema que ellos generan, siempre y cuando sean auténticos
reflejos del punto original, o lo que es lo mismo, que ese Centro fuese una
teofanía, o una hierofanía, un lugar, persona u objeto que expresase la unidad
de un modo particular, y que igualmente la irradiara. En ese caso los distintos
centros o puntos significativos en la periferia serian focos
"cosmizados" que estarían estableciendo contacto con el punto medio,
rompiendo así con el movimiento homogéneo y reiterativo de la Rueda. Por este
camino el sabio perfecto, según el taoísmo, podría acceder al
"punto central de la Rueda", en comunión con el principio, en
absoluto reposo, imitando "su acción no actuante".( 4 )
3.- Símbolo, Mito,
Rito
El simbolismo del
"centro del mundo" pudiera transponerse al del "eje del
mundo" y relacionarse entonces nuestro símbolo con todos aquellos que
significan este eje. En particular con los símbolos del árbol (Árbol de la
Vida) y la montaña, y todos los indicadores de puntos de coyuntura en la
geografía y la historia sagrada, los que se han manifestado a lo largo del
tiempo y en distintos lugares. Estos sitios o seres especiales, que son
símbolos por sus mismas características mágico-teúrgicas, promueven una ruptura
de nivel que permite comunicarse con otros mundos, o estados de consciencia
diferentes, con zonas vedadas del universo y de nosotros mismos. En el ser
humano ese Centro del que hablamos está alojado en el corazón, como lo
atestiguan la totalidad de las tradiciones.
La montaña y el árbol
son además dos símbolos de ascenso, al igual que la escalera, y suponen la idea
de salida de un plano o mundo, y el ingreso a otro superior. Geométricamente
esta posibilidad está marcada por la figura de la espiral, que es capaz de
salir del plano y de la reincidencia rutinaria, y proyectar un nuevo movimiento
circular, esta vez en un plano distinto. A la espiral suele también
representársela en forma doble, conformando en lo volumétrico una especie de trompo,
donde una de las espirales es "evolutiva" y la otra
"involutiva", complementándose perennemente.
Por otra parte el
círculo es análogo al cuadrado. Podría decirse que este último es una
solidificación de aquél, marcada por la agresividad rígida de las aristas en
comparación con la blandura y suavidad de la forma circular; esto también corre
para cubo y esfera. Sin embargo ambas figuras tienen 360 grados, ya que esa es
la superficie del círculo, también configurada por los cuatro ángulos rectos de
90 grados del cuadrángulo. Tradicionalmente se ha tomado la figura de la
esfera, o el círculo, como más perfecta que la del cubo o cuadrado. Una de las
razones ya ha sido mencionada: los rayos que unen a la periferia de la esfera
con el centro son de igual distancia, mientras que en el cubo o cuadrado no
ocurre lo mismo. En general se ha relacionado al círculo con el cielo (una
semiesfera) y al cuadrado con la tierra. Entre ambos conforman el cosmos, como
puede observarse en el simbolismo arquitectónico, en especial el
del templo, pues éste constituye una imagen del universo.( 5 ) Por lo que la asociación del circulo
con el cuadrado (y el cuaternario y la cruz) resulta naturalmente de las
propias características inherentes a estos símbolos, los cuales se entrelazan
entre sí de modo espontáneo tal cual las ideas y arquetipos que ellos
representan.
Volveremos más
adelante sobre estos temas, déjesenos ahora hacer algunas precisiones sobre los
símbolos y también sobre los mitos y ritos. En primer lugar señalaremos que los
símbolos no son, para el Simbólismo, lo que suele entender hoy el hombre
contemporáneo por tales. Es decir, simples alegorías o convenciones impuestas
por el ser humano. Repitámoslo: estas versiones, en realidad, no son sino
grados de lectura de lo que es el símbolo en sí, en las que se hace hincapié
sólo por su aspecto psicológico, o simplemente por su valor práctico, y
conllevan el enorme peligro de reducir el símbolo sólo a eso, con lo que no se
hace otra cosa que negarlo, al tergiversar su sentido. El símbolo es mucho más
amplio y no se reduce a estas dos lecturas sino que esencialmente su carácter
es metafísico y ontológico (en cuanto se refiere al ser y es transformador) y
por lo tanto arquetípico. Esto es el símbolo, cuya función a cualquier nivel de
lectura que se observe, no es más que la de llevar de lo conocido a lo
desconocido por su mediación.
Aquél que ha tenido
oportunidad de estudiar las culturas tradicionales ha podido observar la
importancia trascendental que éste posee siempre en ellas. Eso se debe a que
para éstas el símbolo en sí está cargado de una energía especial, de una fuerza
mágica -por manifestar verdades desconocidas de secretos implícitos en el
mundo, y de ese modo revelarlos-, que es objeto de veneración y reverencia,
como lo atestiguan las sociedades arcaicas, que toman estos símbolos (u
objetos-símbolos) como auténticos representantes de otros mundos verticales; de
las energías del más allá, capaces de transmitir el conocimiento de otras
realidades, o mejor, de otros planos, que igualmente, constituyen el total de
la realidad.
En cuanto al mito,
presente en todas las culturas antiguas, además de revelar verdades
cosmogónicas y proponer un modelo ejemplar de vida y realización, es el factor
aglutinante que ha dado cohesión a la existencia de los innumerables pueblos,
posibilitando así su organización social. El mito es un símbolo que se
transmite de manera oral; de otro lado el rito dramatiza el mito y perpetuamente
lo actualiza, simbolizándolo; por lo que símbolo, mito y rito conforman un solo
conjunto, como ya se ha señalado en otros lugares, y debe darse por
sobreentendido que cuando hablamos de símbolo, también nos estamos refiriendo a
mito y rito.
Volviendo al término
metafísica, una vez hecha la salvedad de que se refiere a aquello que está
allende la física, debemos clarificar que no sólo con él se menciona lo que
excede a la materia, sino también a lo que está más allá de lo psicológico, por
ser arquetípico. Y aun más que eso, pues el sentido que se le asigna a la
palabra metafísica en el simbólismo es igual a querer expresar aquello que está
más allá del ser, lo supracósmico y suprahumano.
El símbolo es el
vehículo que liga dos realidades, o mejor dos planos de una misma realidad.
Participa pues de ambas: de allí su pluralidad de significados. Para la
antigüedad, el símbolo era el representante de una energía-fuerza que permitía
la ruptura de nivel el acceso a otros mundos, o el acceso al conocimiento de
diferentes planos de este mismo mundo, caracterizados por distintos grados de
conciencia. El símbolo era y es, en consecuencia, el medio de comunicación
entre los dioses y los hombres, objeto sagrado por excelencia, ya que él cuenta
la historia verdadera, la eficaz, y no la siempre cambiante, de múltiples
falsas apariencias. Describe entonces a la realidad tal cual es y no permite
así el engaño de los sentidos, las desviaciones y enredos a que es tan proclive
nuestra personalidad. Se cree por lo tanto en él y se le reconocen los valores
de que es portador, sin caer en la equivocación grosera de tomar al símbolo por
lo simbolizado, al vehículo por la meta del viaje.
El término griego symbolon
se refería a dos mitades de algo que se juntaban, que coincidían, y conformaban
un signo de reconocimiento; puede apreciarse inmediatamente que estas dos
mitades son análogas, lo que caracteriza a la simbólica, pues nada ni nadie
puede expresar o transmitir algo si no lo hace mediante una correspondencia
entre lo que quiere manifestar y la forma en que lo manifiesta. Por lo que la
representación simbólica ha de expresar la idea metafísica, describiendo y
repitiendo la cosmogonía arquetípica, participando de ese modo en el proceso
creacional. Como estamos viendo el símbolo está íntimamente relacionado con las
leyes de analogía y correspondencia presentes en el Modelo del Universo, en la
Cosmogonía Perenne.
En rigor cualquier
cosa puede ser un símbolo pues ella expresa a su manera su origen y la mano de
su creador, el misterio que ella oculta dentro de sí. Toda expresión es
simbólica pues conlleva implícita un gesto original. Sin embargo hay que
distinguir entre los símbolos revelados específicamente para el conocimiento de
una realidad, y los símbolos espontáneos de la psiqué individual que por esa
razón no es capaz de traspasar ese nivel de consciencia. Mientras los primeros
se suponen no humanos, los segundos no pueden exceder el nivel psicológico
ligado en simbología con lo lunar y sublunar. Los primeros expresan una
realidad trascendente, los otros no logran manifestar sino el poder de lo
inmanente y denotan la garra del demiurgo.
También debe
distinguirse el símbolo del emblema, y sobre todo, como ya se ha señalado, de
la alegoría, que pone un espacio entre el símbolo y lo simbolizado, y se
presenta también como una versión a nivel psicológico, como inexistente o
soñada, diferente de la realidad y exactitud de aquello que los símbolos
expresan.
En forma gráfica y en
las artes plásticas y monumentos se conservan los símbolos visuales de las
culturas antiguas; de forma oral se han transmitido sus mitos y sus canciones
rítmicas rituales, repetitivas y cíclicas y muchos de ellos se encuentran
consignados por escrito; antropólogos, arqueólogos, historiadores, y otros
especialistas, nos comunican nuevos hallazgos que confirman la completa
importancia que atribuían a sus símbolos los pueblos tradicionales, ya que
conocedores de la Cosmogonía Arquetípica, reiteraban sus gestos simbólicos, los
que eran enseñados y aprendidos, pues el conocimiento del significado del
símbolo no se puede obtener de otra manera. Hoy en día es ajena a la mentalidad
oficial la idea de un Modelo del Universo (conocida por todos los pueblos
tradicionales), un plan arquetípico e invariable que supone la presencia de un
Arquitecto y que es válido para todo tiempo y lugar, en la escala humana, y
que, de hecho, también está transcurriendo ahora. Igualmente se ignora la
existencia de la Filosofía Perenne, o sea de una misma filosofía, idéntica en
los principios, en todas las tradiciones del mundo. Esta Cosmogonía y Filosofía
perennes se ocultan dentro de los símbolos tradicionales, de origen revelado,
que pueden ser encarnados por aquéllos que consigan lograrlo, pues los
conocimientos, energías y experiencias que los símbolos contienen, de carácter
arquetípico y cosmogónico, pueden vivenciarse en el constante ahora, siempre
que los interesados sean pacientes en efectivizar una nueva forma de
aprendizaje y ser favorecidos por tamaña gracia; en todo caso
esta es una experiencia extraña y a veces se ve como muy rara y muy difícil de
asumir, según lo atestigua la tropa alquímica.(6)
La rueda, como
símbolo del ciclo, está sujeta a un invariable retorno que, sin embargo, tiene
determinados puntos que la limitan. Estos puntos están magníficamente
ejemplificados por el camino del sol en el año, la rueda solar, la que se
caracteriza por tener dos momentos máximos en su recorrido en los cuales el sol
parece detener su rodar; nos referimos a los solsticios de invierno y verano.
Ellos bien pueden situarse en los extremos de la rueda, o del círculo, y marcar
esos momentos. Hay también otros momentos importantes en el recorrido del carro
solar, los equinoccios, y ellos se encuentran perfectamente equidistantes de
los solsticios marcando así un círculo dividido en cuatro partes exactamente
iguales.
Pero el cuaternario
como división normal del ciclo no sólo es reconocido en el recorrido anual del
sol, sino en el diario (aparente), el cual es dividido también
cuatripartitamente en medianoche (0 hs.), amanecer (6 hs.), mediodía (12 hs.) y
atardecer (18 hs.).( 7 )
Igualmente se lo
puede encontrar en cualquier ciclo o manifestación, pues el
cuaternario es el signo de lo creado: también en la división espacial fija los
cuatro puntos cardinales en relación a la línea del horizonte.( 8 )
Se pueden también
nombrar otros ejemplos de esta ley del cuaternario; las distintas edades de un
hombre: niñez, juventud, madurez, vejez. Igualmente las edades del mundo
caracterizadas de manera descendente por el oro, la plata, el bronce, y esta
última que estamos viviendo, por el hierro. Lo mismo las estaciones del año:
invierno, primavera, verano y otoño; las fases de la luna, e igualmente los
elementos, o principios constitutivos de la materia: Fuego, Aire, Agua y
Tierra, a los que además las distintas tradiciones les han asociado colores, como
signos cualitativos.
Volvemos a ligar así
estrechamente la figura del círculo y el cuadrado a través del cuaternario. El
ciclo, o sea el símbolo de la rueda en movimiento, funde indisolublemente estas
figuras entre sí en estrecha vinculación con la simbólica atribuida a espacio y
tiempo, relacionándose al círculo con este último y al cuadrado (o cuaternario)
con el primero.
La rueda de seis
rayos tiene una particularidad mágica: el tamaño del radio divide siempre a la
llanta en seis partes iguales.
La rueda zodiacal
divide el año en doce períodos, llamados signos, los que también en ciclos
mayores están equiparados a eras; subdivisiones todas de la figura partida por
el binario y cuaternario como ya vimos. Agregaremos que el término
"zodiaco", de origen griego, se traduce por "rueda de la
vida".
Los distintos números
de rayos de las ruedas no son arbitrarios y se refieren a la partición del
círculo en tales o cuales segmentos, signados por disímiles números, de acuerdo
a cómo se encara la figura, en qué contexto, y para qué fines; todo ello ligado
con los atributos propios de cada número y sus correspondencias geométricas. En
la Tradición Hermética, donde se produce una amalgama entre los nombres rosa y
rota ( = rueda), la flor es la imagen de lo circular, como bien puede
advertirse en los mandalas que son ciertas "rosetas" de las
catedrales europeas. Todo esto hace particularmente significativas las
diferentes modalidades del símbolo en general, relacionándolo con aspectos
disímiles de la realidad, o mejor, con referencias varias acerca de cómo
encararla, todas ellas complementarias.
Así como el punto se
corresponde con la unidad aritmética y el cuadrángulo con el cuatro, el ciclo
se expresa por el número nueve. Este número es irreducible y como se sabe todos
sus múltiplos (y submúltiplos) regresan indefectiblemente a él, por ejemplo: 9
x 2 = 18 = 1 + 8 = 9 ; 9 x 3 = 27 = 2 + 7 = 9 ; 9 x 4 = 36 = 3 + 6 = 9 , etc.
Por otro lado divide la circunferencia en cuatro partes, e introduce la
circularidad en las cifras con que se lo conecta, cosa que efectúan también sus
múltiplos, relacionando así cualquier número con la figura del círculo; debemos
recordar que esta última se forma con el valor 9 de la circunferencia, más el
valor 1 del punto central. Lo mismo sucede con el cuadrángulo que igualmente se
construye desde un punto central cruzado por dos ortogonales, lo que representa
una cruz, cuyo medio exacto es otro nuevo punto, el número cinco, que en la
alquimia corresponde al éter, en filosofía a la quintaesencia, y
que ha sido importante en distintas tradiciones entre ellas la china y las
precolombinas.( 9 ) Con el número siete sucede lo mismo,
ya que es considerado el central de una rueda de seis rayos. En realidad, y por
otra de las trasposiciones entre el símbolo del círculo y el cuadrado y de lo plano a lo espacial, el siete es el punto central del cubo,
de seis caras y doce aristas, otro de los símbolos-modelo del universo.( 10 )
El simbolismo de los
números, como ya lo destacamos, está estrechamente relacionado con nuestro
tema. El sistema pitagórico decimal, con el que nos manejamos, está formado por
nueve dígitos llamados naturales y el agregado del cero que tiene un valor
posicional en los distintos niveles en que se expresa: decenas, centenas, etc.;
volviéndose a reiterar a cualquier nivel los mismos nueve números en su viaje
circular. Para el hermetismo la serie numérica tiene una característica
especial: la unidad genera todos los números y por adición está presente en
todos ellos; por lo que el número uno sería el mayor, y los demás, divisiones o
fragmentaciones de la unidad primordial. Como se ve, aquí los números no están
expresando simples cantidades, sino cualidades, siendo tomados como módulos
armónicos arquetípicos. La antigüedad tenía primordialmente en cuenta la idea
que el número significaba; es decir que utilizaba esta escala de modo vertical,
que para ello había sido diseñada; lo cual no obstaba para que se la usase
además en forma cuantitativa y horizontal para otras funciones que consideraba
secundarias o reflejas. Los conceptos que los números manifiestan y sus
representaciones geométricas están íntimamente asociados a lo metafísico y
cosmogónico y corresponden a realidades esenciales del universo y el hombre.
Las combinaciones entre los distintos números de la escala hace posible la
cohesión universal, ya que de hecho, los números no son ni más ni menos que
conceptos de relación. El denario es una clave mágica: con los diez primeros
números se puede nombrar cualquier cosa. En la tradición hebrea los mismos
números son representados por letras, pues todo el alfabeto tiene un valor
numérico; en el islamismo igual. La relación entre letra y letra o lo que es lo
mismo entre número y número, produce el discurso del cosmos, el lenguaje del
universo, ya que números y letras conforman códigos reveladores del
conocimiento del Ser Universal.
NOTAS
1 Ver René Guénon: Símbolos Fundamentales de la Ciencia Sagrada, Eudeba, Buenos Aires 1988. (R)
1 Ver René Guénon: Símbolos Fundamentales de la Ciencia Sagrada, Eudeba, Buenos Aires 1988. (R)
2 Ambas derivan de la
palabra latina radius. (R)
3 Este rayo es llamado buddhi en la tradición hindú y corresponde a la inteligencia, o intuición directa. (R)
4 El alquimista,
matemático y cabalista John Dee, astrólogo de la reina Isabel I de Inglaterra,
cuyos instrumentos mágicos (espejo, pantáculos, bola de cristal) se conservan
expuestos en el Museo Británico, escribe en el Teorema II de su Mónada
Jeroglífica: "Es pues por la virtud del punto y de la mónada que las
cosas han empezado a ser desde el principio. Y todas las que son afectadas en
la periferia, por grandes que ellas sean, no pueden, de ninguna manera, existir
sin la ayuda del punto central". (R)
5 En la mezquita la cúpula corresponde al cielo y al Profeta y las cuatro "falsas" cúpulas que de ella se derivan y se proyectan en la base cuadrangular, a sus cuatro descendientes, herederos de su legado en esta tierra. (R)
6 Para destacar la
importancia del símbolo como lenguaje sólo queremos recordar que la tradición
cristiana afirma que Constantino, emperador romano, vio una enorme cruz en el
cielo y oyó una voz que decía In hoc signo vinces; este hecho motivó su
conversión al cristianismo y la posterior implantación de esta religión como
oficial en el imperio, lo que demuestra que el poder del símbolo fue capaz de
cambiar -o encauzar- toda la historia de Occidente. (R)
7 No todos los pueblos han hecho exactamente esta división esquemática. Varias sociedades precolombinas aparentemente la contradicen. Es de sumo interés igualmente observar que estos pueblos que conocían perfectamente el ciclo y la circularidad, como lo demuestra la perfección de sus calendarios, no utilizaran la rueda de manera técnica por considerarla "tabú", aunque sí conocían su aplicación práctica, presente en numerosos juguetes encontrados por los arqueólogos a lo largo de Mesoamérica. (R)
8 A este respecto, sin
embargo, hay que tener presente que la línea del horizonte siempre se encuentra
en el ojo del espectador. (R)
9 Para el hermetismo, es además el número del microcosmos, es decir, del hombre; también el de los dedos de su mano. (R)
10 Estas doce aristas ocupan
un papel preponderante en la cosmogonía precolombina ya que su imagen del mundo
se presenta generalmente de modo cuadrangular y cúbico; sumadas al centro
producen el número trece, módulo vital en su visión del universo. (R)
FEDERICO
GONZALEZ
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