Al abrir la logia, mientras el sol que nace en oriente ilumina aún tímidamente los trabajos, la escuadra esconde bajo su manto la luz que emana del compás, paulatinamente según van ascendiendo los grados, el sol va ascendiendo hacia su cenit, hasta llegar a iluminar en el tercer grado con toda su fuerza y esplendor.
Esta alegoría gradual entre el inicio y el fin que perseguimos, debe enseñarnos que el sendero por el que discurrimos es un camino plagado de obstáculos personales y que lo importante no es tanto el llegar, como lo es, el seguir avanzando.
Si el compás simboliza la luz de la maestría y de la perfección, la supremacía de lo iniciático sobre lo profano, la herramienta con la que se puede trazar un circulo perfecto que encierre en su interior las virtudes más elevadas del espíritu humano; la escuadra nos simboliza la línea de la búsqueda, la rectitud y la firmeza necesaria que debemos aplicar a nuestros actos para llegar a la sabia conclusión de que todos nosotros somos imperfectos.
Ya desde nuestra elevación al sublime grado de maestros se nos recuerda que Hiram nació hijo de viuda, símbolo de una carencia de partida, de nuestro origen imperfecto y que sólo a través del trabajo, del esfuerzo dirigido por la mente, se puede lograr llegar a descubrir el secreto que el Maestro Hiram se llevo consigo a tumba.
Se puede intentar atajar el camino como hicieron los traidores compañeros que con astucia y violencia quisieron robar a Hiram sus conocimientos, hoy los atajos son diferentes, pero la finalidad es la misma. Nuestra vanidad, nuestra soberbia es la fuente de las envidias y del resto de nuestros mayores defectos, es la causa de los ambiciosos deseos de llegar a la meta sin andar el camino, de la falta de constancia, olvidando la virtud de la labor diaria, la recompensa del paso a paso.
Se puede intentar atajar el camino como hicieron los traidores compañeros que con astucia y violencia quisieron robar a Hiram sus conocimientos, hoy los atajos son diferentes, pero la finalidad es la misma. Nuestra vanidad, nuestra soberbia es la fuente de las envidias y del resto de nuestros mayores defectos, es la causa de los ambiciosos deseos de llegar a la meta sin andar el camino, de la falta de constancia, olvidando la virtud de la labor diaria, la recompensa del paso a paso.
Hiram se llevó consigo el secreto que emana de la luz del compás: la perfección humana. Gracias a esta leyenda conocemos que nuestra perfección como hombres que nacemos limitados, es imposible alcanzarla y por tanto innecesaria; pero también debemos conocer que, por contra a lo inalcanzable, siempre es posible seguir avanzando, irnos perfeccionando día a día, recortando las distancias que nos separan de nuestro imposible necesario: La perfección.
Sigamos optimistas caminando, dejemos atrás, pero sin perderla de vista, la escuadra de nuestra iniciación y avancemos por el sendero de la virtud hacia el compás, sin prisas pero con paso firme, sin ambiciones desmedidas pero con ambición sana, sin vanidad pero con orgullo, sin soberbia pero con esfuerzo.
El pase de la escuadra al compás no es un regalo, no es un titulo, un nuevo mandil o un grado que se nos otorga en una reunión ritual en la logia, es el íntimo convencimiento de estar haciendo el bien sin aprovecharse del esfuerzo ajeno, es el sumar, el aportar de cada hermano, con sus propias limitaciones, a la convivencia fraternal, libre e igual de todos los miembros de la especie humana.
El trayecto de la escuadra al compás, es el trayecto de la vida a la muerte digna.
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