“...un monstruo compuesto de todos los monstruos,
y si nosotros no lo matamos, nos matará...”
Joseph de Maistre,
sobre los iluminados de Baviera
1.- Adán Weishaupt y su secta
Mientras los líderes de la Orden de la Estricta Observancia trataban de superar la crisis tratada en la entrega anterior, una nueva sociedad secreta estaba formándose el Alemania, más precisamente en la región de Baviera.
No se trataba de una nueva asociación de místicos ni alquimistas. No perseguían la Piedra Filosofal ni buscaban la llave de los antiguos misterios. Ni siquiera tenía vínculo alguno con la francmasonería ni con ninguna otra sociedad esotérica. Por el contrario, esta organización había sido concebida por su fundador como una maquinaria dirigida a destruir las bases religiosas y políticas sobre las que se sustentaba Europa.
Se hace necesario explicar aquí el origen de esta secta que causó más daño a la francmasonería que los cientos de documentos pontificios que la condenaron antes y después. Doblemente necesario cuando la Orden de los iluminados de Baviera –tal fue su nombre- es frecuentemente mencionada, gracias a la ficción y al éxito de las novelas basadas en las teorías conspirativas, que continúan arrojando confusión sobre la francmasonería tal como en su momento lo hizo el famoso contubernio judeo-masónico-comunista. Sin embargo, nada hubo de ficción en la peligrosa irrupción de los illuminati –otra de las denominaciones con la que se los conoció- y su acción provocó consecuencias a muy largo plazo.
Se hace necesario explicar aquí el origen de esta secta que causó más daño a la francmasonería que los cientos de documentos pontificios que la condenaron antes y después. Doblemente necesario cuando la Orden de los iluminados de Baviera –tal fue su nombre- es frecuentemente mencionada, gracias a la ficción y al éxito de las novelas basadas en las teorías conspirativas, que continúan arrojando confusión sobre la francmasonería tal como en su momento lo hizo el famoso contubernio judeo-masónico-comunista. Sin embargo, nada hubo de ficción en la peligrosa irrupción de los illuminati –otra de las denominaciones con la que se los conoció- y su acción provocó consecuencias a muy largo plazo.
Como veremos, los Iluminados de Baviera comprendieron tempranamente la extraordinaria herramienta política que podía constituir la francmasonería, e hicieron uso de ella mediante la implementación de un sofisticado sistema de infiltración que no deja de sorprender por su eficiencia y rapidez. Podríamos decir que cuando los masones finalmente reaccionaron y la condenaron -uniéndose así a los estados que la consideraron subversiva desde un principio- ya era tarde. La Orden de los Iluminados de Baviera ingresó en los anales de la historia masónica y nunca salió de allí. Fue introducida en la historiografía y explicada una y otra vez en las enciclopedias masónicas mientras que los enemigos de la antigua fraternidad de los francmasones la utilizaron como argumento para vincularla con la violencia revolucionaria que sacudiría Europa en las postrimerías del siglo XVIII.
La secta fue fundada en 1776 por Adán Weishaupt, nacido el 6 de febrero de 1748 en la ciudad de Ingolstadt, en la que transcurrió gran parte de su vida y en cuya Universidad alcanzaría importante renombre. Su padre había sido un oscuro profesor de derecho penal, pero logró que su amigo, el barón de Ickstatt –que se desempeñaba como curador de la Universidad- casara a su sobrina con su hijo Adán. De este modo, la carrera del joven Weishaupt, que se había recibido de abogado en 1768, cobró un importante impulso al convertirse en profesor titular a los 25 años y decano de la facultad de derecho a los 27.[1]
Pero al poco tiempo sintió que su vida estaba para mayores logros y siguiendo las modas de la época fundó los cimientos de una sociedad secreta que alcanzaría una dimensión inusitada. Weishaupt sentía un profundo odio contra el clero católico, en especial contra los jesuitas que lo habían educado. Estaba convencido de que el dominio del clero sobre los estamentos de la sociedad civil asfixiaba a la verdadera ciencia, obnubilaba la voluntad de los príncipes y esclavizaba al pueblo con el veneno de la superstición. Aborrecía, al igual que muchos otros intelectuales Bávaros, las desigualdades del absolutismo y estaba convencido de que había que aniquilar la monarquía y destruir la Iglesia Católica. Creía incluso que había que abolir el concepto de propiedad privada.[2]
Su odio al clero se acentuó en 1775, año en que fue nombrado profesor de derecho canónico de la Universidad -un cargo que hasta ese momento había sido ejercido por un funcionario eclesiástico- situación que produjo un profundo malestar en la Iglesia.
En 1776 creó su propia organización, en realidad un partido de oposición a los católicos que controlaban la Universidad de Ingolstadt. Los primeros integrantes de su Orden –a la que denominó de los iluminados- fueron sus propios alumnos y discípulos, con quienes se reunía en privado con el fin de discutir asuntos filosóficos e ideas liberales. Pero pronto se dio cuenta de que mientras permaneciera limitado a sus propios discípulos su partido no crecería; era necesario encontrar una estructura adecuada para sus fines. Pensó entonces en ser recibido francmasón, lo cual le permitiría expandir su plan más allá de los límites de su reducido círculo.
Pero al poco tiempo sintió que su vida estaba para mayores logros y siguiendo las modas de la época fundó los cimientos de una sociedad secreta que alcanzaría una dimensión inusitada. Weishaupt sentía un profundo odio contra el clero católico, en especial contra los jesuitas que lo habían educado. Estaba convencido de que el dominio del clero sobre los estamentos de la sociedad civil asfixiaba a la verdadera ciencia, obnubilaba la voluntad de los príncipes y esclavizaba al pueblo con el veneno de la superstición. Aborrecía, al igual que muchos otros intelectuales Bávaros, las desigualdades del absolutismo y estaba convencido de que había que aniquilar la monarquía y destruir la Iglesia Católica. Creía incluso que había que abolir el concepto de propiedad privada.[2]
Su odio al clero se acentuó en 1775, año en que fue nombrado profesor de derecho canónico de la Universidad -un cargo que hasta ese momento había sido ejercido por un funcionario eclesiástico- situación que produjo un profundo malestar en la Iglesia.
En 1776 creó su propia organización, en realidad un partido de oposición a los católicos que controlaban la Universidad de Ingolstadt. Los primeros integrantes de su Orden –a la que denominó de los iluminados- fueron sus propios alumnos y discípulos, con quienes se reunía en privado con el fin de discutir asuntos filosóficos e ideas liberales. Pero pronto se dio cuenta de que mientras permaneciera limitado a sus propios discípulos su partido no crecería; era necesario encontrar una estructura adecuada para sus fines. Pensó entonces en ser recibido francmasón, lo cual le permitiría expandir su plan más allá de los límites de su reducido círculo.
Un año después, en 1777, fue iniciado en la logia Teodoro del Buen Consejo, que operaba en la ciudad de Munich. A partir de ese momento Weishaupt comenzó a trabajar seriamente con la intención de utilizar a la francmasonería para expandir el poder de los illuminati.
El plan se inició en 1778, a través de uno de sus discípulos que había adoptado como nombre simbólico el de Catón. Era costumbre en la sociedad que sus miembros adquiriesen nombres ligados con Grecia, Roma o el Egipto antiguo. Catón había sido iniciado en una logia de Ausburgo, en donde también había recibido los más altos grados escoceses.
Rápidamente se conformaron dos nuevas logias, integradas por illuminati, en Munich y en Eichstcedt, las que funcionaban como centro de reclutamiento para la secta y de escuela para los nuevos miembros.[3] Hacia 1780 había captado la voluntad del marqués de Constanza (que tomó para sí el nombre de Diómede) a quien le encomendó que fundara nuevas logias en las comarcas septentrionales de Alemania, integradas mayoritariamente por protestantes. En Francort-sur-le-Mein el marqués se contactó con un hombre que sería un factor clave en la historia de los Iluminados de Baviera: El barón Adolf Franz Friedrich von Knigge... el mismo que irrumpiría, dos años después, en el Convento de Wilhelmsbad.
Las fuentes coinciden en que Constanza estableció con von Knigge una relación intensa. Sabía que había encontrado a un hombre clave, un líder resentido, audaz y con profundos conocimientos e influencia en las logias alemanas. Knigge había sido iniciado en su juventud en la Estricta Observancia de von Hund, pero insatisfecho con la organización y cansado de los continuos conflictos suscitados en torno a la legitimidad del origen templario de la Orden se había apartado de ella con manifiesto encono. Creía –al igual que muchos masones alemanes- que la francmasonería necesitaba una reforma general; esto facilitó la predica de Constanza, que no tardó en convencerlo de unirse a los Illuminati.
Knigge abrazó rápidamente las ideas de Weishaupt, creyendo que la estructura de la Orden de los Iluminados de Baviera ya estaba perfectamente organizada. Sin embargo, cuando en 1780 entró en correspondencia con Weishaupt sospechó que la nueva Orden, pese a su crecimiento, carecía de organización y decidió que él era el hombre llamado a remediar esta cuestión.
El plan se inició en 1778, a través de uno de sus discípulos que había adoptado como nombre simbólico el de Catón. Era costumbre en la sociedad que sus miembros adquiriesen nombres ligados con Grecia, Roma o el Egipto antiguo. Catón había sido iniciado en una logia de Ausburgo, en donde también había recibido los más altos grados escoceses.
Rápidamente se conformaron dos nuevas logias, integradas por illuminati, en Munich y en Eichstcedt, las que funcionaban como centro de reclutamiento para la secta y de escuela para los nuevos miembros.[3] Hacia 1780 había captado la voluntad del marqués de Constanza (que tomó para sí el nombre de Diómede) a quien le encomendó que fundara nuevas logias en las comarcas septentrionales de Alemania, integradas mayoritariamente por protestantes. En Francort-sur-le-Mein el marqués se contactó con un hombre que sería un factor clave en la historia de los Iluminados de Baviera: El barón Adolf Franz Friedrich von Knigge... el mismo que irrumpiría, dos años después, en el Convento de Wilhelmsbad.
Las fuentes coinciden en que Constanza estableció con von Knigge una relación intensa. Sabía que había encontrado a un hombre clave, un líder resentido, audaz y con profundos conocimientos e influencia en las logias alemanas. Knigge había sido iniciado en su juventud en la Estricta Observancia de von Hund, pero insatisfecho con la organización y cansado de los continuos conflictos suscitados en torno a la legitimidad del origen templario de la Orden se había apartado de ella con manifiesto encono. Creía –al igual que muchos masones alemanes- que la francmasonería necesitaba una reforma general; esto facilitó la predica de Constanza, que no tardó en convencerlo de unirse a los Illuminati.
Knigge abrazó rápidamente las ideas de Weishaupt, creyendo que la estructura de la Orden de los Iluminados de Baviera ya estaba perfectamente organizada. Sin embargo, cuando en 1780 entró en correspondencia con Weishaupt sospechó que la nueva Orden, pese a su crecimiento, carecía de organización y decidió que él era el hombre llamado a remediar esta cuestión.
Weishaupt, que sin lugar a dudas era carismático y convincente, había logrado en muy poco tiempo reclutar importantes cuadros en la nobleza y la alta burguesía de Baviera. Su influencia era tal que prácticamente controlaba todos los empleos y cargos de importancia en la región, lo cual ya empezaba a generar cierto recelo en la corte y en el clero. A su vez, centenares de discípulos habían recibido del fundador y maestro el poder de iniciar a terceros, situación que aumentó aún más el número de prosélitos en toda Alemania.
Pronto, los nuevos iluminados -en su mayoría hombres inteligentes, profesores, magistrados y dignatarios- comenzaron a sentir insatisfacción por el lento avance de las enseñanzas de Weishaupt, que sólo había logrado organizar las escuelas, pero que aun carecía de aquella Orden Interior para la cual las escuelas no eran más que un escalón preparatorio.
En 1781, Knigge y Weishaupt sellaron un acuerdo decisivo para el futuro de los illuminati. Se decidió que aquél se haría cargo de la organización de la Orden, que se pondría en marcha un plan inmediato a fin de infiltrar profundamente a la francmasonería alemana mediante la incorporación en masa de los illuminati en las logias. Pero Knigge era un político sagaz y quería más: Sabía que el próximo Convento de Wilhelmsbad, convocado por Ferdinand de Brunswick, constituiría una oportunidad única para llevar al más alto nivel de discusión masónica las nuevas ideas que había abrazado; convenció entonces a Weishaupt de que le otorgara plenos poderes para avanzar en los preparativos de la acción política de los illuminati en el Convento y se puso a trabajar frenéticamente en la cuestión.
Dicho esto, podemos entender con mayores elementos todo lo que se ponía en juego en Wilhelmsbad. El duque de Bruswick y el landgrave de Hesse-Cassel habían anudado en los últimos años una sólida alianza con los martinezistas de Willermoz, cuyo objeto era reconvertir y revitalizar la Estricta Observancia, constituyéndola en una nueva Orden que liderara las corrientes masónicas espiritualistas y esotéricas en Europa. El componente cristiano de esta nueva estructura garantizaría el establecimiento de una masonería depurada, llamada a asegurar la hegemonía de los grados y misterios martinezistas en la Orden.
Contrariamente, los illuminati denunciarían la existencia de un pacto entre la Estricta Observancia y Roma a través de los jesuitas; intentarían captar la voluntad de los asambleístas, ganándolos para la Orden de los Iluminados de Baviera, fortaleciendo su estrategia de utilizar a la francmasonería en su lucha sin cuartel contra la monarquía y –lo que ellos entendían como su principal objetivo- la influencia de la Iglesia.
No deja de llamar la atención la pasmosa velocidad con la que los illuminati captaron voluntades y se expandieron por todo el territorio alemán. Knigge logró construir un sistema capaz de subvertir la esencia de la francmasonería y su éxito fue tal que el Elector de Baviera se vería obligado, ese mismo año de 1781, a tomar la decisión de prohibir, en todo su territorio, a las sociedades secretas, y muy especialmente a la Orden de los Iluminados. ¿Qué clase de sistema podría haber concitado la adhesión de tantos hombres notables? ¿Qué había en el seno de este iluminismo ateo que lograba que tantos hombres honestos e inteligentes se uniesen en una cruzada de destrucción contra el trono y el altar convencidos de que realizaban un servicio mayúsculo a la raza humana?
Si la masonería escocesa había invertido más de cuarenta años en el intento de establecer un nuevo Imperio Cristiano, restaurando la Orden Templaria e insuflando a la francmasonería de un espíritu trascendente y profundamente místico, los hombres de Weishaupt habían logrado, en apenas cinco, reclutar dos mil agentes calificados, ubicados en lugares estratégicos de la sociedad, dispuestos a destruirlo todo en nombre de la ciencia. Unos y otros, paradójicamente, eran masones. Más aún: Pese a los posteriores anatemas de algunas Grandes Logias hacia la secta, existe una profusa literatura masónica que se niega a condenarla o lo hace sólo a regañadientes, ratificando de este modo la profunda infiltración que logró en las filas masónicas y la supervivencia de su espíritu en un vasto sector de la francmasonería.
Pronto, los nuevos iluminados -en su mayoría hombres inteligentes, profesores, magistrados y dignatarios- comenzaron a sentir insatisfacción por el lento avance de las enseñanzas de Weishaupt, que sólo había logrado organizar las escuelas, pero que aun carecía de aquella Orden Interior para la cual las escuelas no eran más que un escalón preparatorio.
En 1781, Knigge y Weishaupt sellaron un acuerdo decisivo para el futuro de los illuminati. Se decidió que aquél se haría cargo de la organización de la Orden, que se pondría en marcha un plan inmediato a fin de infiltrar profundamente a la francmasonería alemana mediante la incorporación en masa de los illuminati en las logias. Pero Knigge era un político sagaz y quería más: Sabía que el próximo Convento de Wilhelmsbad, convocado por Ferdinand de Brunswick, constituiría una oportunidad única para llevar al más alto nivel de discusión masónica las nuevas ideas que había abrazado; convenció entonces a Weishaupt de que le otorgara plenos poderes para avanzar en los preparativos de la acción política de los illuminati en el Convento y se puso a trabajar frenéticamente en la cuestión.
Dicho esto, podemos entender con mayores elementos todo lo que se ponía en juego en Wilhelmsbad. El duque de Bruswick y el landgrave de Hesse-Cassel habían anudado en los últimos años una sólida alianza con los martinezistas de Willermoz, cuyo objeto era reconvertir y revitalizar la Estricta Observancia, constituyéndola en una nueva Orden que liderara las corrientes masónicas espiritualistas y esotéricas en Europa. El componente cristiano de esta nueva estructura garantizaría el establecimiento de una masonería depurada, llamada a asegurar la hegemonía de los grados y misterios martinezistas en la Orden.
Contrariamente, los illuminati denunciarían la existencia de un pacto entre la Estricta Observancia y Roma a través de los jesuitas; intentarían captar la voluntad de los asambleístas, ganándolos para la Orden de los Iluminados de Baviera, fortaleciendo su estrategia de utilizar a la francmasonería en su lucha sin cuartel contra la monarquía y –lo que ellos entendían como su principal objetivo- la influencia de la Iglesia.
No deja de llamar la atención la pasmosa velocidad con la que los illuminati captaron voluntades y se expandieron por todo el territorio alemán. Knigge logró construir un sistema capaz de subvertir la esencia de la francmasonería y su éxito fue tal que el Elector de Baviera se vería obligado, ese mismo año de 1781, a tomar la decisión de prohibir, en todo su territorio, a las sociedades secretas, y muy especialmente a la Orden de los Iluminados. ¿Qué clase de sistema podría haber concitado la adhesión de tantos hombres notables? ¿Qué había en el seno de este iluminismo ateo que lograba que tantos hombres honestos e inteligentes se uniesen en una cruzada de destrucción contra el trono y el altar convencidos de que realizaban un servicio mayúsculo a la raza humana?
Si la masonería escocesa había invertido más de cuarenta años en el intento de establecer un nuevo Imperio Cristiano, restaurando la Orden Templaria e insuflando a la francmasonería de un espíritu trascendente y profundamente místico, los hombres de Weishaupt habían logrado, en apenas cinco, reclutar dos mil agentes calificados, ubicados en lugares estratégicos de la sociedad, dispuestos a destruirlo todo en nombre de la ciencia. Unos y otros, paradójicamente, eran masones. Más aún: Pese a los posteriores anatemas de algunas Grandes Logias hacia la secta, existe una profusa literatura masónica que se niega a condenarla o lo hace sólo a regañadientes, ratificando de este modo la profunda infiltración que logró en las filas masónicas y la supervivencia de su espíritu en un vasto sector de la francmasonería.
Publicado por Eduardo R. Callaey
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