Con las invenciones funerarias, se desarrollo un culto para asegurar al muerto las necesidades vitales, tales como una habitación cómoda y duradera, alimentos, mobiliario, descanso y diversiones. Al principio solo para los reyes y la nobleza, y después para todos. Lo más importante era una situación segura en la otra vida, cuando se reunían con sus kas y se convertían en otro Osiris. De ahí nació el cuidado con que se conservaban las tumbas, consideradas como “el castillo del ka”, con sus habitaciones separadas, sus abundantes ofrendas de alimento y bebida, y sus sacerdotes como “sirvientes de ka” para atender a las necesidades cotidianas del muerto, tanto espirituales como materiales.
Teniendo en cuenta que se enterraban simientes de cereales ya en las sepulturas predinásticas de Merinde-Benisalame, Naqada y El-Amra, la costumbre, cada vez mas extendida, de enterrar objetos con cualidades vivificadoras, con el ajuar funerario se estableció en el valle del Nilo mucho antes de que el culto dinástico concentrase la inmortalidad en la figura cósmica del faraón, como lo revelan los textos. A partir de la IV dinastía, bajo la influencia del culto solar de Heliópolis, todos los recursos disponibles se emplearon en la construcción de las gigantescas tumbas reales, y el ingenio de los embalsamadores se concentró en la momificación del muerto que había ocupado el trono, de tal modo que todos los demás aspectos del culto de los muertos quedaron oscurecidos. La complicada personalidad del faraón era tan importante para el bienestar del pueblo y para los procesos cósmicos, que la preocupación principal era su renacimiento en el reino de su padre celestial, el dios solar, con todo lo que esto suponía. Era necesario asegurar a toda costa su inmortalidad, ocurriese lo que ocurriese al resto de la humanidad, para evitar cualquier interrupción en el orden natural y en sus fuerzas.
Con la difusión del culto de Osiris, desde Busiris, en el Delta, hasta el Alto y Bajo Egipto, en el final de la V dinastía, la situación de los muertos tomo un carácter distinto. Osiris era al mismo tiempo el señor del infierno y el hijo del dios terrestre Geb y de la diosa celeste Nut.
Muerto por su hermano Seth y resucitado por su mujer y hermana, Isis, con ayuda de su hijo póstumo, Horus, llego a ser el garantizador de la resurrección de todos los hombres. Fue tan importante la influencia de la creencia en Osiris –centrada en la resurrección y en todo lo que esta supone- que los teólogos de Heliópolis se vieron obligados a incorporarla en su credo solar, y a reconocer a Osiris la categoría y algunos de los tributos y prerrogativas de Re, dios del sol, y a darle un puesto en su reino celestial. Esta osirianización del culto solar de Heliópolis llevo consigo, hacia el final del reino antiguo (hacia 2250), la generalización de la esperanza de inmortalidad para los simples mortales, que no pretendían ser de origen divino como los faraones. También aquellos podían gozar del mismo proceso de resurrección, más allá de la tumba, igual que Osiris había sido resucitado por Anubis, con ayuda de Isis y Nefitis. Esto incluía la técnica y el ritual de la momificación, tal como se efectuaba con los cadáveres de los faraones.
Esto no era una innovación completa, ya que se habían hecho tentativas de conservar los cuerpos después de la muerte desde muy al principio del periodo dinástico. Pero una vez que se admitió la interpretación Osiriana de la otra vida, la ceremonia de la momificación se convirtió en una imitación minuciosa de lo que le habían hecho al propio Osiris después de que sus restos dispersos fueron recogidos, reconstruidos y resucitados, y los embalsamadores desempeñaban el papel de Toth y de Horus y llevaban caretas que representaban a estos.
El agua que se empleaba para la lustración de la estatua del muerto en el serdab, o cámara funeraria, procedía del Nilo, identificado con Osiris, y se interpretaba como el fluido regenerador y purificador que emanaba de este, y producía en el cadáver el mismo efecto que las libaciones.
Todos los difuntos, por tanto, podían ser tratados del mismo modo que el faraón, si sus recursos se lo permitían, cuando el culto funerario se democratizo al principio del Reino Medio (hacia el año 2000).
LA VIDA DEL ALMA
Es evidente que el culto de los muertos, al principio, tenía su centro en la tumba (donde el alma tenía su casa subterránea) o en algún otro lugar bajo tierra, donde sus necesidades eran análogas a las que tenían en vida. Así se deduce de la creciente atención que se prestaba al enterramiento y a la construcción y provisión de la sepultura con todo lo necesario para la comodidad y bienestar de los ocupantes. Estas prácticas estaban tan arraigadas que, incluso después de que se generalizo la idea de que el alma abandonaba el cuerpo y volaba al cielo para reunirse con su ka en el reino celestial, las dos concepciones de la vida ultraterrena siguieron coexistiendo. Lo mismo que los dioses, primero los faraones y luego lo muerto en general, se creían que estaban en el cielo y bajo tierra al mismo tiempo, ya que estaban provistos de un espíritu inmortal ( ba y de un cuerpo imperecedero representado por la estatua, a parte del ka como genio protector que dirigía su suerte en este y en el otro mundo. Al morir, el ba abandona el cuerpo, generalmente en forma de pájaro o en cualquier otra manifestación exterior, y marchaba a su futura morada, ya fuese en el cielo o bajo tierra, o en la tumba, mientras que el ka –que se identificaba con la personalidad (akh) o sea el “yo” total- ejercía sus funciones tanto aquí como en el más allá, como una entidad casi divina, estrechamente asociada con el cuerpo, pero independiente y separable de este.
Las complicaciones y contradicciones existentes en la concepción de la constitución psicofísica del ser humano y en cuanto al destino del hombre en la otra vida, se debían en parte a una general confusión de las especulaciones y pensamientos sobre la naturaleza y atributos de los faraones en cuanto seres divinos y de la aplicación de esto a la humanidad en general, y en parte a la osirianización de la teoría del origen solar. Así, en los textos de las pirámides el tema básico es la obtención, para el que ocupa el trono, de una vida eterna en el reino celestial de Re, ligado con el tema de la identificación del rey Osiris, en los términos del mito de Isis y Horus, transferido desde las regiones infernales y el desierto situado al oeste del Delta al mundo celestial, a donde el regio difunto ascendía por una escalera o trepando por el rabo de la vaca celeste o con el humo del incienso, o incluso volando como un pájaro con cabeza humana. Allí podía convertirse en una de las estrellas, visibles durante la noche, que abandonan el cuerpo de la diosa celestial Nut, representada en la tumba por la estrella pintada en el techo de la cámara funeraria y por la figura de la diosa en la cara inferior en la tapa del ataúd. Pero como Osiris tenia que ser revivificado por las ceremonias de “la apertura de la boca” y por las ofrendas en memoria del regalo del Ojo de Horus a Osiris muerto, esto también se inscribía en las paredes de la tumba. Entonces el ba podía abandonar el cuerpo en la tumba y reunirse en el cielo para siempre con su ka. Cual era exactamente la relación entre este doble espiritual y el cuerpo que quedaba en la sepultura no es nada claro, y probablemente nunca fue bien definido, ya que el pensamiento lógico y las determinaciones claras y concretas de conceptos abstractos quedan siempre fuera de la especulación mito poética y de la esfera del culto.
LA OTRA VIDA
Es más, cuando estas ideas y el uso mágico de los textos de las Pirámides se extendieron desde los faraones a todos los súbditos, la antigua idea osiriana de la otra vida se reinterpreto de acuerdo con la idea del Mas Allá sola heliopolitano, que originariamente solo se aplicaba al rey, como hijo físico de Re, de tal modo que se convertía al tiempo en Re y en Osiris y reinaba en función de Horus. A partir del Reino Medio (entre 2000 y 1780), cuando todo el mundo esperaba convertirse en Osiris al morir, e incluso a veces podía llegar a ser una estrella en el horizonte de Nut y tomar parte en el viaje nocturno del sol a través de los infiernos (Duat) para nacer con una nueva vida a la mañana siguiente, se adoptaron las fórmulas mágicas que hasta entonces solo se empleaban en los funerales de los reyes, para usarlas aplicadas a los simples mortales, con objeto de capacitar a sus bas para que abandonasen la tumba y alcanzasen todas las delicias de la otra vida, tal como aparecían pintadas en los muros del cementerio y en los lados de los ataúdes. Estas formulas consistían en citas de los textos de las Pirámides, del Libro de los Muertos y de los llamados textos de los Ataúdes. Los textos de las Pirámides eran, sin embargo, esencialmente solares en cuanto a su escatología, representando la otra vida como el reino celeste del dios solar. Al principio esto se aplicaba solo al faraón, que era transportado en barca de una a otra orilla del río y guiado por Nut, o bien volaba hacia el cielo, en forma de halcón, o era llevado a los reinos de Re subiendo por la escalera celeste. A su llegada se abrían las dobles puertas del cielo y los heraldos anunciaban su advenimiento.
Una vez saludado por los dioses, subía en el barco de Re y navegaba con este, comía la comida divina y era amamantado por una diosa. En cuanto hijo de su padre celestial, con quien se identificaba completamente (y a veces hasta se consideraba superior a él), participaba de todas las delicias de la bienaventuranza eterna.
EL JUICIO
Cuando se osirianizó y se democratizó la otra vida, estos privilegios se convirtieron en propiedad común de cuantos llenasen las condiciones exigidas y pudiesen pasar favorablemente el juicio después de la muerte, en el que comparecían ante Osiris como juez, ayudado por 42 asesores, en la sala de la doble verdad. Ya no bastaba con la posesión y conocimiento de las formulas de los textos de las Pirámides (como en el caso del rey, que era divino por sí mismo), aunque las manipulaciones mágicas del Libro de los Muertos todavía desempeñaban una parte importante en cuanto al destino final del difunto. Es cierto que la idea del juicio incluía una investigación muy minuciosa de toda clase de transgresiones y que en esto las cualidades morales eran un factor importante, pero cuando el corazón se pesaba en la balanza contra la verdad, simbolizada por una pluma o por una imagen de la diosa Maat, personificación de la justicia y del orden divino en el mundo y en la sociedad, así como de la ley moral, no era algo de una rigidez tan estricta en el sentido ético como la que luego hubo en el judaísmo de los profetas y posterior al destierro. Bastaba con comprobar que el individuo se había portado de acuerdo con el orden divino, tal como lo registraba el equilibrio de la balanza manipulada por Toth.
Ser “veraz de corazón y de palabra”, como Osiris, era algo que Mat calculaba y en cuya determinación parece haberse tenido en cuenta cierta valoración de las buenas y malas acciones. En todo caso, la presencia del llamado “devorador” (un monstruo híbrido en forma de cocodrilo, hipopótamo y león), que estaba al pie de la balanza, indica que el resultado no era una conclusión prevista e inevitablemente favorable para el alma. Verdaderamente, en el Reino Medio, aunque Osiris era el dios de este trasmundo democratizado, aun existían alusiones a “aquellas balanzas de Re, en donde se pesa la justicia” como árbitro moral ante el que todos debían ser tratados justamente y recompensados si sus hechos lo merecían. Así como Osiris había sido juzgado y hallado inocente en la sala del juicio del templo de Heliópolis, igualmente los mortales que aparecían ante el osirianizado tribunal solar podían esperar que se les hiciese justicia en aquella solemne sesión. Sin embargo, el asunto era demasiado serio y había que calcular todos los riesgos. Se acudía, por tanto, también a las antiguas manipulaciones mágicas, planeadas para conseguir una efectiva “declaración de inocencia”, una vez que las buenas acciones y las confesiones negativas quedaban debidamente inscritas en los papiros o en los escarabeos que se incluían en el equipo funerario. Solo entonces podía estar el difunto seguro de que sus pecados serian eliminados y de que su culpabilidad quedaría cancelada por “el peso de la balanza el día del reconocimiento del testimonio” y de que se le permitiría “reunirse con los que estaban en la barca del sol”. Una vez hecho esto, era común creencia que el fallo del tribunal no podía ser protestado por ningún dios ni diosa y que la balanza señalaría una superioridad del bien respecto al mal.
En esta combinación de formulas mágicas y de aplicación de la justicia consistía la idea egipcia del juicio en la otra vida, según la visión osirianizada en el Reino Medio. Pero incluso la negación de haber cometido ningún pecado de los mencionados en una larga lista en forma de “confesión negativa” y el sumo cuidado que se tomaba para evitar una sentencia adversa, indican alguna percepción de que la rectitud moral era un factor crucial para alcanzar la bienaventuranza eterna, aparte y por encima del ritual mortuorio. Esta encierra una prueba de que existía un contenido moral latente, aun cuando la justicia y al verdad fuesen en gran parte conceptos ampliamente cosmológicos y aunque, sobre todo en el Reino Nuevo, la eficacia de la magia desempeñase un papel cada vez mas importante en la preparación para el juicio. Y así, bajo la renovada influencia del clero de Tebas, las formulas mágicas y los amuletos alcanzaron tal preeminencia que las exigencias éticas de pureza moral se convirtieron en algo completamente nulo y vacío, y la situación en el Mas Allá dependió, cada vez, de las manipulaciones mágicas del Libro de los Muertos y del uso de los talismanes adecuados. Esto estaba de acuerdo con la devolución de las facultades vitales mediante la ceremonia de la “apertura de la boca”, la cual, en una época posterior, se convirtió en un proceso de resurrección por medios mágicos, que extendían su eficacia hasta el otro mundo. Así pues, se colocaba un escarabeo sobre el corazón para evitar que este atestiguase contra el ba en la balanza. Las declaraciones de inocencia se compraban ya redactadas por los escribas para ser rellenadas solamente con el nombre del muerto, declarando que era una persona honesta y que había sido liberado de todo mal por el dios solar e incluso, a veces, amenazando a los dioses con grandes castigos si no de declaraban a su favor en el juicio.
Todavía más: se pretendía que estos textos del Libro de los Muertos, no solo fuesen útiles para asegurar la absolución del muerto, independientemente de su moralidad, sino también para conseguirle todas las delicias de la otra vida. Y así, en el “Libro del escriba Ani” se dice que, si aquello se escribe en el ataúd, el ocupante de este “será satisfecho diariamente en todos sus deseos y llegará a su lugar sin necesidad de prepararse. Y allí se le dará pan y cerveza y carne del altar de Osiris. Entrara en paz en el campo de Earu, de acuerdo con los decretos del que esta en la ciudad de Dedu. Se le dará allí trigo y cebada. Prosperará como lo hacia sobre la tierra. Y podrá hacer todo lo que desee, igual que los nueve dioses que están en el trasmundo, y así hasta dos millones de veces. Es igual a Osiris. Firmado: el escriba de Ani”.
LAS FIGURAS DE USHABTI
Además de todas estas fórmulas y textos mágicos sepulcrales para expulsar el mal, justificar el alma, defenderla contra el encuentro de enemigos malignos y capacitarla para alcanzar los goces de la vida eterna, se desarrolló también la antigua costumbre de depositar en la tumba figuritas de madera de los sirvientes del muerto. Desde el final del Antiguo Reino, estas figuritas, llamadas Ushabti (es decir, “los que responden”), representando labradores con aperos agrícolas, se usaban como figuras supletorias para que ocupasen el lugar del muerto e hiciesen su trabajo cuando este fuese llamado a trabajar en los Campos Elíseos. A veces aparecen nombres de personas escritos sobre pinturas de sirvientes que llevaban sacos de trigo u ocupados en otros trabajos serviles, pintadas en las paredes de la tumba, indicando que los que habían estado al servicio del difunto en vida mientras vivían, seguirían con su trabajo y situación habitual después de la muerte. Así pues, se pensaba que también ellos tenían una vida inmortal más allá del sepulcro y, a su vez, necesitaban de otros Ushabti, pues en alguna de las estatuillas aparece escrita la siguiente fórmula: “Oh, Ushabti, si X (aquí el nombre del difunto) es llamado para realizar alguna de las clases de trabajo que hay que hacer en el otro mundo, como hombre que cumple su deber, como es hacer florecer los campos, regar las riberas o llevar arena del este al oeste, tú dirás: presente”.
En el Reino Nuevo estos Ushabtis, en forma de una momia, representaban al propio difunto, así como a sus sirvientes, cada cual en su oficio. El número de ellos creció rápidamente, hasta que al final cada muerto tenía un Ushabti para cada día del año. De ahí proceden los numerosos ejemplares que se encuentran en los museos. A la mayor parte se les designaban trabajos agrícolas, lo que indica que sobrevivía la idea de un paraíso terrenal en el que eran necesarias tareas de esta especie, pues los Campos Elíseos venían a ser una mundo como éste, aunque idealizado. Los gobernantes, los burócratas, los artesanos y los soldados, libres de estos trabajos serviles, navegaban por los canales del Nilo celeste, jugaban a las damas, se contaban cuentos y cantaban canciones, aparte de intervenir en los banquetes celestiales y de participar de las ofrendas de comida y bebida que les hacían en las tumbas sus herederos, gracias a lo cual se mantenían en contacto con este mundo.
LOS CAMPOS DE LOS BIENAVENTURADOS
La descripción de esta idea del otro mundo demuestra bien claramente cuan importante era la creencia en la continuación de la vida terrena, en condiciones de perfección que proporcionaban el máximo de placer, al menos para las clases más afortunadas y privilegiadas de la comunidad. Pero esta no era, en modo alguno, la única interpretación de la inmortalidad. La primitiva idea del otro mundo persistía en la tradición osiriana y encontraba su expresión en los Campos de los Bienaventurados. Quizá fuera sumergida y reinterpretada por la idea de un reino solar celeste gobernado por Re, en sus varias manifestaciones, tal como consta en los textos de las Pirámides. Al principio, afectaba solamente al rey, pero después se extendió a todos los que cumplían las condiciones previas y eran aprobados en el juicio. Además una tercera posibilidad era subir al cielo y quedarse allí como estrellas, en una gloria celestial alejada de todas las condiciones terrenales y de todos los contactos con este mundo. Pero la idea que prevaleció fue la de una combinación de infierno, mundo celeste y paraíso occidental, donde
–con ayuda de trucos mágicos y de ofrendas sacrificiales- se conservaban la posición social y las ocupaciones terrenas del muerto; el infierno perdía así todo carácter sombrío y se convertía en un placentero paraíso con ríos, lagos, islas y una tierra muy fértil, arada por los bueyes celestiales, que producía frutos cada vez en mayor abundancia y perfección.
Desde tiempos del Reino Medio, este reino de Osiris, llamado Duat, se dividía, como el mismo Egipto, en alto y bajo, y corría a través de el un río, correspondiente al Nilo, a lo largo del cual el dios solar, acompañado de otros dioses, como Geb y Toth, efectuaba su viaje nocturno de oeste a este, para dar luz, aire y alimento a sus súbditos. Al amanecer surgía entre dos montañas para emprender su viaje por el cielo en su barco. Esto era una anomalía, ya que el dios solar en sentido estricto no tenia nada que hacer en el territorio de Osiris ni éste en el de aquel. Pero la escatología egipcia no era nada coherente y el relato del viaje nocturno de Re, tal como se nos cuenta en el “Libro de las Puertas” o en el “Libro de Am Duat” (es decir, “del que esta en el infierno”), no tenía en su origen nada que ver, o muy poco, con Osiris ni con el otro mundo, hasta que, a su debido tiempo, la teología solar fue osirianizada. Solo entonces, en el “Libro de los Muertos”, se colocó la Sala del Juicio de Osiris entre el quinto y el sexto recinto del Duat, y la escatología osiriana se incorporó dentro de un simbolismo solar, juntamente con una acentuación de la importancia de paraíso occidental. La aparición del Dios del Sol desde el Duat se identificó con la resurrección de Osiris, conforme la doctrina osiriana de la otra vida fue dominando cada vez más, a pesar de los reiterados esfuerzos del clero de Tebas para resucitar las tradiciones solares.
Bibliografía, “Los Dioses del Mundo Antiguo”, E. O. James.